Libros

La librería más famosa del mundo... Y otros siete santuarios europeos para bibliófilos

"No leer es peor que no saber leer". George Whitman.

Durante la primera visita a cualquier ciudad desconocida una especie de insensatez suele apoderarse de nosotros y, como dementes desahuciados, nos arrojamos de cabeza a la absurda caza del monumento, el museo, la iglesia o la azotea de turno—con imponentes vistas panorámicas, eso sí—, todos abarrotados de gente. Incluso somos capaces de soportar interminables filas de turistas latosos fotografiando hasta las grietas de los adoquines. Pero a veces recuperamos la cordura y logramos superar ese ridículo afán por intentar verlo todo; es entonces cuando, convertidos en paseantes erráticos, comenzamos a descubrir el auténtico corazón de la ciudad abandonándonos por fin al placer de viajar.

Porque en el fondo sabemos que los rincones más insólitos, los secretos mejor guardados y las historias más fascinantes se encuentran lejos de las masas y los tópicos. Y entre esos tesoros escondidos que guardan las grandes ciudades europeas, las rutas literarias acompañadas de sus correspondientes librerías suelen ser el fetiche de todo bibliófilo empedernido. Más aun, el objeto de deseo más codiciado por la inmensa mayoría de los curiosos.

Como el viejo continente lo tenemos a la vuelta de la esquina, siempre nos será más fácil aligerar el peso de las obligaciones turísticas —por aquello de que ya volveremos cualquier día de estos—, asesinar cualquier atisbo de irracionalidad colectiva y dedicarnos exclusivamente a escribir nuestra personal ruta literaria. Por eso os sugiero ocho librerías europeas. Muchas hermosas, otras célebres; algunas extravagantes, originales, sugerentes, misteriosas… Ninguna imprescindible (o sí), aunque todas peligrosamente adictivas.

Pero con calma. Pues estos santuarios íntimos y confortables; estos templos de la cultura y el ensueño; estos inmensos (o diminutos) espacios diseñados por y para el placer que son las librerías se han inventado para disfrutar del sosiego, de la satifacción de hojear sus libros, respirar su olor e incluso leerlos in situ. Comprarlos se da por supuesto. Pues como decía George Whitman, no leer es peor que no saber leer.

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