Cine

Una película turca de tres horas

Érase una vez en Anatolia, una película turca de tres horas que llena nuestras miradas de belleza.

Los estereotipos bien podrían ser personas que nunca se quitan los cascos de música de la cabeza, pero sin embargo son aquellas opiniones que nos formamos sobre cualquier tema y que todo el mundo acepta como verdad. Que los de Madrid somos chulos, los de Cataluña agarrados, que no hay nadie para contar un chiste como uno de Cádiz y que una película turca de tres horas tiene que ser un tostón de cuidado. Cosas que nadie discute.

Érase una vez en Anatolia tiene el peligro de clavar el último de los estereotipos citados. Es Turca y dura 158 min. A no ser que vayas de intelectual subido por la vida, la impresión inicial es que será mejor verla en una sesión a primera hora de la tarde para que coincida con la siesta. Pero bien puede ser que uno de Cádiz no se invite nunca ni a un palillo, uno de Barcelona cuente unos chistes de impresión y un madrileño nos salga humilde. Y que una película turca de tres horas llene nuestras miradas de belleza.

La investigación de un crimen en la región turca citada en el título es la excusa y el apoyo para desarrollar esta especie de road-movie de planos largos y protagonistas desconocidos que dirige Nuri Bilge Ceylan, al que no creo que nadie reconociese por la calle. La película gano el Gran Premio del Jurado en el pasado festival de Cannes, lo que tampoco es que quiera decir mucho, dada la tendencia que tienen ciertos jurados a querer destacarse del público en general premiando a pestiños insufribles para parecer más inteligentes.

Pero los chistes están para contarse, los estereotipos para romperse y las películas para disfrutarse, así que lo mismo no es mala idea apostar por algo diferente al cine de grandes estrellas y explosiones más grandes todavía, y arriesgar tres horas de nuestro tiempo para ver algo diferente y conocer otras maneras de contar historias. Lo máximo que puede pasar es que luego tengamos que tomar un café para despejarnos, al que no nos invitará nadie de Barcelona, mientras nuestro amigo de Cádiz nos cuenta un chiste como sólo él sabe y este de Madrid piensa que de aquí al cielo y un agujerito para verlo.