Viajar al pasado para volver a vivir ese primer beso que siempre recordaremos, o para ver en vivo el descubrimiento de América, el primer vuelo de los hermanos Wright, descubrir la biblioteca de Alejandría, conocer a Leonardo, a Cervantes, a Velázquez. O una miradita al futuro que nos viene, a que será de esta sociedad, a como será la vida en unas décadas, cuando nosotros no podamos verlo. Dentro de 100 años todos calvos, dicen. Tengo curiosidad por ver si conservo mi pelo para entonces.
Recién desembarcadas en la cartelera X-Men: días del futuro pasado y Al filo del mañana, en cuyos respectivos argumentos se utiliza de una manera u otra el concepto de viaje temporal, es buen momento para recordar otras creaciones cinematográficas basadas en viajar en el tiempo. Es hora de que el cine desafíe a los calendarios, a los relojes. Puede que hasta a las arrugas y la vejez.
Es la magia de viajar en el tiempo en la pantalla. Mandar un robot al pasado para evitar que en el futuro manden los robots, conducir un DeLorean trucado a través del tiempo para cambiarlo, con el condensador de fluzo a toda potencia. Ver como el Londres victoriano se transforma a tu alrededor mientras tú vas sentado en una máquina del tiempo que es una mezcla entre la ruleta de la fortuna y el trineo de Santa Claus. O usar esa misma maquina del tiempo para buscar a Jack el Destripador en el San Francisco del futuro. Podemos incluso intentar conquistar una y otra vez a la chica de nuestros sueños, hasta que consigamos que caiga renrida a nuestros pies. Hasta cambiar el resultado de batallas imposibles. El tiempo nos pertenece, es nuestro. Pero cuidado, porque si cambiamos algo del pasado, puede que el presente no sea exactamente igual…
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