Cine

Un toque de violencia

Una película amarga y descarnada sobre una parte de aquel gigante tan lejano pero tan presente

China. Pocas veces una palabra referida a un país posee tanta ensoñación, tanto misterio, tanto desconocimiento. Porque puede haber países más desconocidos, con nombres más extraños a nuestros oídos, pero pocos con la importancia del gigante asiático. Cuanto más se habla de él, parece que sabemos menos. Es como tener a un tipo alto con sombrero y el cuello de la gabardina subido. Inquietante. Lo que sabemos de ellos es que empezaron con los restaurantes, siguieron con los todo a 100, y ahora ya van por las peluquerías y las tiendas de ropas. Tan cerca y tan lejos. Porque sabemos de ellos como sociedad lo mismo que sabíamos cuando hace ya unos añitos entramos por primera vez en un chino a probar un arroz tres delicias. Ya nos vale.

Por eso creo que es muy recomendable el visionado de Un toque de violencia. Porque se trata de un retrato de la China contemporánea. Lo hace a través de contarnos la historia de cuatro personajes distintos en cuatro provincias chinas diferentes. Y no es un retrato amable ni costumbrista. Es el reflejo de un país con una brutal escalada de desarrollo económico en su interior que a la vez engendra una violencia desmesurada, con una sociedad que se debate entre el beneficio y los derechos, entre la necesidad de lo social y la ambición del lujo. En todo caso, con unas raíces diferentes a las nuestras, aunque puede que no tan diferente en sus reacciones como pueda parecer.

Un toque de violencia no es la verdad absoluta sobre China. Es una película amarga y descarnada sobre una parte de aquel gigante tan lejano pero tan presente. Una mirada necesaria, pero no la única.  Merece ser vista porque no podemos quedarnos de lado mientras China es cada vez más importante en el mundo, y sobre todo porque a lo mejor nos encontramos con bastantes más parecidos que diferencias. Al fin y al cabo, todos somos pasajeros de la nave Tierra.