Durante prácticamente toda su vida literaria, Graham Greene fue un candidato a conseguir el Nobel. Parece ser que la principal razón para que no se lo concedieran era su popularidad como escritor, su éxito contando historias. Como si el hecho de que fuera accesible a un gran número de lectores le restara calidad literaria. El eterno combate entre la necesidad de mantener una élite cultural guardiana de pretendidas esencias y el puro discurrir de la creación, poco dispuesta a depender del número de sus consumidores para ser juzgada. Dicho de otro modo, ni lo que a todo el mundo gusta tiene que ser de mala calidad ni el hecho de que una novela no se entienda y haya que leerla con dos diccionarios al lado significa que sea incuestionablemente buena, por mucho que la recomiende el gurú de turno.
Volviendo a Greene, de cuya muerte se cumplen este mes de abril 25 años, no hay duda de que era tan popular y tan fácil de leer no porque su obra no atesorara una gran calidad, si no precisamente por eso, por ser un extraordinario narrador, un maestro de la técnica narrativa, tanto en el estilo de escritura, ágil y sencilla, cuasi-cinematográfica, como en la creación de argumentos y personajes, enfrentados siempre estos últimos a dilemas morales que tan bien han retratado el discurrir del hombre por el tan poco humano siglo XX, con sus dos Guerras Mundiales y sus revoluciones y contrarrevoluciones permanentes.
Revolucionario él mismo pero también católico, bipolar, viajero impenitente, espía, amante de los placeres mundanos... la figura de Greene es tan apasionante como lo son sus personajes. Y como lo son también las películas basadas en sus libros e historias, alguna de ellas -quizás la mejor-, como El Tercer Hombre, con su nombre firmando el guión. Cine para leer a Graham Greene o para descubrirle de nuevo, libros para ver el mundo a través de las películas que inspiraron, las películas de uno de los mejores narradores del siglo XX.
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