....pero nadie quiere serlo. La frase es de Martin Held, y resume muy a las claras una de las sensaciones más enojosas a las que el hombre se enfrenta, la de ser mayor, menos joven. La de no poder hacer cosas que antes si podías. La de ver cada vez más camino detrás y menos delante. Una vez tu vida ha llegado más o menos a su ecuador, miente quien dice que no piensa alguna vez que otra en eso. Es ley de vida. Lo cual no quiere decir que no nos queden infinitas cosas por hacer y que los recuerdos y pasados son una excelente gasolina para un montón de cosas, y que la experiencia es un grado, y que no somos viejos, sino unas cuantas veces jóvenes. Y si no podemos que nuestros cuerpos sean los de antes, que nos pongan un robot.
Y eso último es precisamente lo que hacen con Frank en Un amigo para Frank, ponerle un robot que le eche una mano (metálica) en el día a día, para el que ya no le da demasiado el cuerpo. Al principio no está demasiado por la labor, pero pronto se le abren nuevas perspectivas para que su amigo el de las tuercas tenga una utilidad mucho más interesante que ayudarle con el orden y limpieza del hogar. Nuestro amigo está interpretado por Frank Langella, que lo borda, y aparece por allí otra que tampoco lo suele hacer mal, Susan Sarandon.
Si buscas una película de esas sin grandes alardes pero de sonrisa segura tras el rato en el cine, puede que merezca la pena que vayas a ver Un amigo para Frank. Y quien sabe, a lo mejor después vas encargando un robot para que te ayude a....
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