Con el estreno de Everest, de Baltasar Kormákur, un título más se suma a la lista de películas que tratan de reflejar el arriesgado mundo de la escalada, el de esos locos a los que solemos llamar alpinistas, aunque en justicia ese término sólo lo deberíamos aplicar a los montañistas (este es el correcto) que tratan de alcanzar las cumbres de los Alpes.
Y aunque se trata de un tema que ya llegaba a la gran pantalla incluso en el cine mudo, aún no hemos visto la gran película que se merecen los apasionados de la escalada, de la conquista de uno de los límites de nuestra tierra, sus cumbres. Quizás porque es muy difícil explicar a quien no lo lleve en la sangre y en el alma qué extraño poder les impulsa a llevar sus cuerpos y capacidades al límite para abordar terrenos donde el hombre, simplemente, no puede vivir.
Aún así, las películas sobre escaladores nos atraen por la espectacular y primaria fuerza de sus paisajes, por la lucha más básica, la de la supervivencia, por presentarnos a personajes con el destino marcado en sus corazones. Gente de otro material, de otro lugar, de las montañas. Desde los tiempos en los que eran los Alpes el Dorado de los escaladores hasta su desplazamiento a las míticas cumbres asiáticas del Himalaya, al Everest, al K-2, al Annapurna, montañas del cielo más que de la tierra, verdaderos retos límite para cualquier hombre. Y el cine también nos muestra el lado oscuro del montañismo, la masificación y comercialización del riesgo, el peligro que supone intentar convertir en un turismo absurdo lo que es un viaje a uno de los lugares más peligrosos del planeta, si no el que más.
Mucho más tranquilo es viajar desde la comodidad de nuestras casas a esta media docena de películas de alpinismo con nuestra mirada y nuestra imaginación, aunque no esté de más tener una mantita al lado, por si nos da frío tanta altura y tanta nieve.
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