Dicen que a Richard Burton, que hubiera cumplido por estas fechas 90 años, lo que le hubiera gustado es ser escritor, y que consideraba "poco masculina" la profesión de actor, la cual solo seguía siendo la suya por temas monetarios, asociados normalmente a la adqusición de joyas para la señora Burton. Es posible que de la pluma de ese imaginario Burton escritor no hubiera podido salir un romance literario tan enrevesado, ardoroso y lleno de altibajos como el que mantuvo con Elizabeth Taylor, un encuentro que pareció definir sus vidas, sus carreras y el recuerdo que tenemos de ellos.
Pero Burton (como la Taylor por su lado) era algo más que el enamorado de los regalos caros o el fuera de sí de las broncas con su compañera. Era un actor. Uno de los grandes actores británicos, protagonista de actuaciones memorables como el Alec Leamas de El espía que surgió del frío (Martin Ritt, 1965) o el Becket de la película del mismo nombre del año 1964. además de un buen número de representaciones triunfales como actor teatral en Broadway y Londres. Y también un vividor de los de sorbos grandes, de tres paquetes y otras tantas botellas al día, casado tres veces además de las dos con la de los ojos violeta. Burton hubiera sido mucho Burton, con o sin ella.
Es bastante improbable que el actor galés, viendo como abusaba de la vida, hubiera llegado a cumplir los 90 años que celebraría en estos días. Pero casi seguro que le tampoco le importase demasiado, porque él, como declaró en una entrevista al ser preguntado por sus excesos, por su rendición frente a los trabajos comerciales en detrimento de su carrera teatral, por su manera de vivir, el dijo: "Sólo puedo repetir con Edith Piaf, je ne regrette rien" (No me arrepiento de nada).
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