Cine

Philomena

Frears y Judi Dench saben llevarnos a territorios donde la sonrisa se nos escapa como sin querer.

Puede que uno de los géneros del cine más complicado de realizar con éxito sea la comedia. Hace reír a la gente parece fácil, pero no lo es, porque se cae muy fácilmente en el ridículo o en los lugares comunes, o en lo directamente chabacano o vulgar. Provocarnos una sonrisa es complicado, y si ya pedimos que lo hagan con inteligencia solo unos pocos lo lograrán, y muchos menos, casi contados con los dedos de la mano, si lo que estamos viendo es comedia mezclada con drama, que no consiste en que nos riamos del drama de alguien, sino que logremos esbozar una sonrisa junto al que sufre -nunca a su costa- a pesar de estar acongojados con su sufrimiento.

Eso último lo ha conseguido, por ejemplo, Nebraska, de Alexander Payne, y también la película que os recomiendo en esta entrada: Philomena, de Stephen Frears, en la que acompañamos a la mujer del título en la búsqueda de un hijo al que se vio obligada a dar en adopción cuando nació, fecha de la que ya han pasado 50 años cuando comienzan a contarnos la historia. De un evidente drama de fondo, Frears como director y una espléndida Judi Dench como protagonista, saben llevarnos a territorios donde la sonrisa se nos escapa como sin querer, mientras viajamos junto a Philomena y a su compañero Steve Coogan (perfecto equilibrio para la Dench) en el viaje que parece definitivo para encontrar a su hijo.

Cine de sentimientos para recordar que los tenemos, a pesar de todo lo que cae.