Una fría noche invernal, un viejo solterón (Stellan Skarsgård) encuentra en un callejón a una mujer (Charlotte Gainsbourg) herida y casi inconsciente. Después de recogerla y cuidarla, siente curiosidad por saber cómo pudo haber llegado esa mujer a semejante situación; escucha atentamente el relato que ella hace de su vida, una vida llena de conflictos y turbias relaciones.
Este es el argumento que se puede leer en la web filmaffinity de Nymphomaniac, la última película del danes Lars Von Trier y cuya primera parte llega ahora a los cines. Primera parte de un proyecto de cinco horas donde la ninfómana del título cuenta su vida al amigo que la ha recogido del callejón. En esta primera parte, referidos a su infancia y adolescencia.
Y es el argumento de una película que no voy a ir a ver. Porque no aguanto a Lars Von Trier, y no se me ocurre ir al cine para oír las aventuras de la protagonista o hablar de sexo durante casi dos horas, y que presuntamente me escandalicen o me despierten la conciencia. Que no digo yo que no lo hicieran, sobre todo lo segundo, si lograra estar despierto lo suficiente. Que esto es un poco como el juego del Barça o la selección de fútbol. Que ganaran mucho, que todo el mundo dirá que les encanta, pero que a mi me hace dar cabezadas al sexto pase en horizontal o al portero. Que le vamos a hacer.
Pero recomendar esta película, aunque yo no vaya a ir a verla, tiene su sentido, no os creáis. Y es que, como seguro que alguien irá a verla, dada la temática y la polémica, y que los críticos la ponen tan bien, añadiendo que me consta que hasta el amigo danés tiene sus incondicionales, me gustaría pedir que me explicasen que es lo que les atrae de ella y del cine de Von Trier. Que lo mismo dan en el mecanismo que logre que pueda pasar del minuto diez sin que el bostezo se me dibuje en el rostro.
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