Cine coreano. Hace unos años (no demasiados), estas dos palabras hubieran sido una llamada a los especialistas en Artes Marciales, amantes del coscorrón de patada giratoria y puño de hierro en viento del oeste. O para los fans del terror de espíritus asiáticos, reptantes de melena larga y negra por esas paredes y lavabos de Dios. Pero ahora las cosas han cambiado, y el cine coreano, chino, japones y del resto de nacionalidades asiáticas, han comenzado el asalto a Hollywood y su mina de oro. Son las cinematografías emergentes de este siglo. Ya ningún género les es ajeno en eso de escalar puestos, y no solo en términos de audiencia, que también en alabanzas de la crítica internacional.
En toda esta perspectiva encaja Lifi (una gallina tocada del ala), un producción coreana de cine de animación, dirigida por Seong‐Yun Oh, con una factura muy cercana al clasicismo del cine más clásico de Walt Disney, dicho esto como un halago. La película, premiada en el Festival de Sitges del año 2011 como mejor cinta de animación, nos cuenta las aventuras de Lifi, una gallina que logra escapar de una granja donde la esclavizaban como ponedora, y se refugia en en la selva, donde una serie de peripecias la terminarán convirtiendo en madre adoptiva de un pato. Basada en un best-seller internacional: The hen who dreamed she could fly, de la también coreana Seonmi Hwang, fue un enorme éxito al ser estrenada en su país de origen.
Cine de animación clásica para disfrutar junto a los críos (lo que se convierte en una excelente coartada para que podamos disfrutarlo nosotros), antes de empezar las cotidianas y monótonas jornadas de otoño. Un cierre agradable y de toque clásico al periodo de vacaciones que termina, que probablemente nos hará empezar el nuevo curso con una sonrisa.
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