Cada arruga es uno de mis caminos, mal o bien andado. Cada gesto es mío, un poco, un tanto en mi piel, guardado. Miro sus manos, sus ojos, mis besos antiguos en sus mejillas. Y quiero quedarme allí, en ese hueco entre el tiempo y sus manos, las manos de mi madre.
La mayoría de las veces suelo pensar cosas así cuando veo a mi madre y tenemos un rato para nosotros. Imagino que a casi todo el mundo le pasaran palabras parecidas por la cabeza, o por el alma, mejor dicho. Palabras como las que le pasan a Nerea, la protagonista de Amaren Eskuak (Las manos de mi madre) cuando ve las manos de la suya, enferma de Alzheimer sin que ella se haya dado cuenta hasta que ha sido demasiado tarde. Y su vida se derrumba por esa tardanza, sin entender nada, incluidos los recuerdos que parecen aflorar a la mente huidiza de su madre.
Adaptación de la exitosa novela de Karmele Jaio, Amaren Eskuak, protagonizada por Ainara Gurrutxaga, Esther Remiro y Loli Astoreka, y dirigida por Mireia Gabilondo, se presenta como una película intimista en la que puede que estemos reflejados todo más de lo que creemos, de esas películas que se deben ver siempre en compañía de uno mismo.
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