Me imagino a Ben Stiller, en sus años mozos y siendo como somos más o menos de la misma quinta -él de la del 65-, sentados ambos con las piernas cruzadas en el suelo delante del televisor, y disfrutando ambos, a miles de kilómetros de distancia, como enanos, de las películas de un tipo llamado Danny Kaye. Con los años, yo escribo de cine y él lo hace y me da que lo de disfrutar como enanos lo seguimos haciendo.
La diferencia es que él puede permitirse el lujo de montarse un remake de una de aquellas películas, La Vida Secreta de Walter Mitty, y quedarse tan ancho. Claro que yo me puedo quedar de la misma longitud recomendando ir a verla. Todos tan contentos. Hasta Walter, ese soñador compulsivo que nunca tiene los pies en el suelo y es el personaje protagonista en el que encajaba tan bien Kaye y que no parece irle demasiado mal a Stiller.
Cine de comedia pues, del de toda la vida, buen rollito y todo eso, del que de vez en cuando no está nada mal disfrutar, que para grises ya tenemos la vida de andar por casa.
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