Normalmente confundimos los sentimientos de alguien con la percepción que tenemos de ellos. Creemos que alguien que no muestra sus sentimientos no los tiene, y es fácil que nos equivoquemos. Amar, odiar, desear, envidiar... no cambian si el que lo hace lo demuestra o no, no son más grandes, más pequeños, más intensos. Sólo cambia que el objetivo del sentimiento tenga más o menos certeza sobre ello. Sabemos que alguien nos ama porque lo demuestra, y sin embargo, también nos puede amar quien no lo hace. Cuantas veces nos callamos odios o deseos, envidias o admiraciones, por miedo, por educación, por imposibles. Corazas, muros, miradas, habitaciones en las que nos escondemos, ventanas por las que no queremos mirar.
El protagonista de La Mejor Oferta, encarnado de manera magistral por Geoffrey Rush, es Virgil Oldman, un tratante de arte excéntrico y solitario. Uno de esos tipos de los que diríamos en un principio que carece de sentimientos. Debe cerrar un negocio con una joven que quiere tasar y vender su herencia. Y que padece de una enfermedad que la aísla del mundo. Y Tornatore, el director, nos lleva a través de la relación de estos dos personajes por una cinta llena de matices y sentimientos, curiosamente en dos personas que por una u otra razón parecen incapaces de tenerlos. Y el camino por el que los lleva, que no es menos importante que los personajes o su relación, es el del arte, algo que tiene que ver bastante con sentir.
Es La Mejor Oferta una cinta a media distancia del sentimiento del mismo Tornatore en Cinema Paradiso y el suspense de una buena de Hitchcock. Cine del bueno, del de pasar un buen rato en la sala y comentar y recomendar después. ¿Hay mejor oferta?
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