Cine

La buena mentira

Buenas intenciones y elegancia narrativa para salvarnos del desastre

Nos encontramos a finales del siglo pasado en la ciudad norteamericana de Kansas City. Hasta allí han llegado una parte de lo que se han dado en llamar "los niños perdidos" sudaneses, menores que lograron escapar por sus propios medios del conflicto civil de Sudán y de las matanzas sistemáticas que se provocaron en él a cargo de las llamadas milicias, con el resultado de casi dos millones de civiles asesinados y el doble de desplazados. La encargada de recibirle y de procurarles la mejor adaptación a su nuevo hogar es Carrie Davis, una asistente social que deberá lidiar con los problemas que surgen al intentan enseñarles a desenvolverse en una sociedad tan distinta a la que conocían.

Esta es la base argumental de La Buena Mentira, la nueva película del director canadiense Philippe Falardeau, que ya obtuvo una nominación al Oscar por Profesor Lazhar, también basada, aunque bajo otra óptica, en las dificultades de la integración. En esta ocasión Falardeau nos ofrece una visión que intenta eludir los elementos más melodramáticos de la situación a la que se enfrentan los personajes y sus vivencias anteriores, pero que no escatima contar lo que ha pasado. Como si quisiera que tanto ellos como nosotros no olvidemos de donde vienen, pero sin hipotecar su futuro. Aún somos humanos, a pesar de todo.

Reese Witherspoon sigue aquí su "segunda carrera", apartada ya casi definitivamente de sus papeles en comedias románticas más o menos acertadas, encaminada a perfilar aún más su vertiente dramática, como ya ocurriera, por ejemplo, en Mud. La buena mentira es, en definitiva, un intento de acercarnos a la tragedia de unos personajes perdidos y derrotados, y de hacerlo sin que ellos ni nosotros tengamos que perder la esperanza en el camino. Buenas intenciones y elegancia narrativa para salvarnos del desastre sin dejar de contarnos que ha ocurrido y que debemos hacer lo posible por ayudar a que no vuelva a ocurrir.

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