Gabrielle tiene 22 años, está enamorada y le encanta la música, para la que parece tener un don especial. Ese es el planteamiento inicial de la película que comparte nombre con el personaje protagonista. Como es de esperar, ya que en el argumento tiene que ocurrir algo para que avance, este idílico planteamiento no lo es tanto si miramos con atención. Aunque al fin y al cabo, todos sabemos eso ya, que la vida nunca es perfecta, como nosotros, que solemos distar mucho de serlo. Y sin embargo, todos tenemos en la mente una especie de esquema de lo que nos parece "normal" en esto de andar día a día por la vida, y tendemos a no entender, cuando no algo peor, cualquier circunstancia o pensamiento que no nos cuadre en ese razonamiento personal.
Gabrielle, además de amor y música, tiene el Síndrome de Williams, lo que afecta a su desarrollo cognitivo y a que no pueda llevar una vida independiente. ¿Pero qué joven de esa edad no aspira a la independencia, a dejarse llevar por la vida, sus descubrimientos, sus deseos, sus amores? La respuesta es obvia, y Gabrielle, a pesar de todo, no es distinta. Quizás porque nadie, tenga los problemas y limitaciones que tengamos, somos iguales a nadie. Y quizás porque el hecho de tener un problema con nombre y apellidos no es excusa, o no debería serlo, para alcanzar los sueños que cada uno se proponga.
La película no deja de lado ninguno de los diferentes aspectos de la vida de nuestra protagonista, como puedan ser el amor, la familia, el trabajo, la vocación, el deseo. Una película intimista y diferente, una mirada fresca y sin complejos a una realidad que podemos considerar alejada de la nuestra, pero que quizás nos enseñe que lo único que hace falta para que no sea tan distinta es mirarla de otra manera.
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