Jim Bennett (Mark Wahlberg) es un profesor de literatura con un problema de adicción al juego y enormes deudas debidas a ello. Lejos de abandonar, inicia una arriesgada huida hacia adelante, pidiendo dinero prestado a su madre y a un prestamista, que tan sólo valdrá para empeorar su situación. Puestas así las cosas, quizás lo único que le quede por apostar, de una manera u otra, sea su vida.
El jugador, dirigida por Rupert Wyatt, es el remake de la película del mismo título del año 1974, que tenía como director a Karel Reisz y como protagonista a James Caan, en la piel de ese profesor adicto al juego. Si en aquella ocasión se trataba de dibujar una semblanza, no sólo del carácter y obsesiones del personaje, si no también de la sociedad norteamericana de los 70, en este caso la trama se centra mucho más en el jugador, en su cinismo a veces exacerbado y siempre ilógico, al menos desde el punto de vista de alguien sin su obsesión por el juego. Y lo que en los 70 significaba atención al entorno, a las calles, a la ciudad como acompañante de la narración, aquí es sustituido por la búsqueda del impacto visual y sonoro, en ese error que tan necesario les parece a los realizadores del momento de que algo que pase, no pasa si nuestros oídos y nuestros ojos no se ven atacados por una traca de imágenes pretendidamente impactantes y una música a juego.
Por lo demás, El jugador nos muestra a un Mark Wahlberg bien metido en su papel de hombre siempre en el filo, tal vez porque si no nada tendría sentido para él, en una especie de road-movie donde las mesas de juego son las carreteras, y el destino, algo que no importa demasiado si ni siquiera sabes cuando estás jugando la última partida de tu vida.
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