El estreno, y sobre todo el éxito arrollador, de La Ciudad de las Estrellas (La la land), de Damien Chazelle, ha vuelto a traer a escena a las películas musicales, ese género que dominó las pantallas de los años 50 del siglo pasado y que, salvo contadas y honrosas (y también alguna magnífica) excepciones, nunca ha vuelto a tener la fuerza de aquellos tiempos. Y si bien esto es de alguna manera aplicable a los primeros años de este siglo, también lo es que hemos asistido a un resurgimiento del género del cante y del baile en la gran pantalla en esos tiernos años del XXI, antes todavía de su oficial mayoría de edad.
Todo comenzó en los últimos años del siglo en el que nacimos, ese que cada vez nos parece más lejano, por una parte procedente de los grandes musicales triunfadores en Broadway, como El Rey León, Cats, Los Miserables o El Fantasma de la Ópera, con intérpretes y situaciones apegadas a la calle, a la vida real y a intérpretes que difícilmente se podían asociar al género, como el Richard Gere de Chicago, la Meryl Streep de Mamma Mía o nuestro Alberto San Juan en El Otro Lado de la Cama. Se trata de llevar hasta sus última consecuencias, aquello que el inigualable Gene Kelly comenzó, al integrar en la acción y el ritmo narrativo de la historia la música y el baile.
De esta manera, estos 16 y un poco años del XXI nos ha dejado un buen puñado de títulos con los que cantar y bailar hasta que amanezca, hasta que anochezca, hasta que no podamos más, o simplemente hasta que estrenen la próxima película musical que podríamos poner en la continuación de esta humilde lista para los próximos 83 años de este siglo. Y nosotros que lo veamos.
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