Con el reciente estreno de Angry Birds y la próxima llegada de Warcraft, se suman dos nuevos títulos al género cinematográfico que comprendería la adaptación de videojuegos a la gran pantalla. Género por otra parte tan poco definido como la temática de los juegos de ordenador o consola, de la acción pura y dura a la estrategia, de las carreras a la lógica, de las batallas a la creación de imperios económicos, de la simulación deportiva al cuidado de mascotas. El caso para el cine es que el videojuego adaptado sea lo más popular posible, lo que supuestamente arrastrará en masa a sus fans a las taquillas. Camino este de doble sentido, pues no es raro que las películas de éxito (al menos las de acción y aventura), consigan a su vez su replica en consolas y demás dispositivos electrónicos en forma de personajes jugables en los mismos escenarios de la película adaptada.
Pero al contrario de el éxito que han terminado por ser las adaptaciones del cómic en uno u otro sentido, del papel a la pantalla o viceversa, el mundo del videojuego y del cine no han terminado por hacer buenas migas consiguiendo productos redondos en uno o en otro formato, ya sea adaptando temáticas de juegos o llevando a contenidos jugables los elementos de películas. A lo más que se ha llegado es a productos de calidad media que siguen sin dar al espectador o al jugador lo que de verdad esperan de sus personajes o situaciones de uno u otro lado.
Claro que el cine y el videojuego están condenados a entenderse, porque ambos circulan por vías que van en direcciones convergentes llevados de los cada vez más impresionantes avances tecnológicos en imagen, sonido y CGI (imágenes generadas por ordenador). Llegará un día en que nos será complicado saber si estamos protagonizando un videojuego o jugando a ser el héroe de una película. Y lo que nos quedará por ver.
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