Vivimos entre convencionalismos. Reglas no dictadas que nos marcan como deben ser las cosas, como debemos comportarnos. Más o menos férreas, más o menos flexibles, esas normas están presentes a lo largo y ancho de nuestra vida diaria y nuestra relación con los demás. Pongamos un ejemplo sencillo: en una pareja, el hombre siempre debe ser más alto que la mujer. Y si no es así, los comentarios surgirán en cuanto estén a la vista. Como decimos, no es una regla escrita, pero es algo que obliga en mayor o menos medida, por ejemplo, a que ella no se ponga tacones si la diferencia de altura es demasiado visible.
El cine, o más precisamente la comedia, siempre ha bebido de estos convencionalismos para provocar la sonrisa del espectador. Este es el caso de Corazón de León, cinta argentina dirigida por Marcos Carnevale que basa su razón de ser en contarnos las aventuras y desventuras románticas entre una alta y bella abogada de éxito, Iviana (interpretada por Julieta Díaz) y un arquitecto también exitoso, además de buen conversador y de encanto innegable, León (Guillermo Francella), cuyo único defecto (si es que lo es), es su altura. De esa diferencia, que un principio parece insalvable, surgirán todas las situaciones de la narración, sin entrar tampoco en demasiadas disquisiciones filosóficas, no en vano es una comedia y no un drama.
Cine sin más pretensiones que sacarnos una sonrisa y y pasar un rato de evasión. A no ser, claro, que las bromas nos parezcan demasiado cercanas si es que nuestra pareja nos mira siempre desde arriba.
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