Christopher Nolan es quizás el director de cine más encumbrado por la combinación de crítica y público del momento. Cada uno de sus proyectos arrastra una legión de incondicionales en ambos sectores aprestados a defender sus maneras cinematográficas ante cualquier intento de rebajar el aprecio de su genialidad. Dunkerque, su última película, no iba a quedarse al margen de este apabullante combate por mantener su estatus de creatividad.
Dunkerque narra a través de la mirada de Nolan la retirada de las tropas británicas de la Francia que defendían ante el ataque nazi de 1940. Uno de los episodios de la Segunda Guerra Mundial que aún deja multitud de interrogantes históricos entre los especialistas y que por otra parte define como pocos la angustia de la guerra como retirada y operación de rescate a la desesperada que es. La crítica es unánime ante el trabajo de Nolan al calificarlo de impresionante. Ahora habrá que ver si tienen razón , y para eso es obligatorio ir al cine.
Al revés que Dunkerque, Sieranevada produce uno de esos combates de extremos que a menudo se producen en el cine entre quienes la consideran poco más que una obra maestra y aquellos que la tachan de relato con ínfulas. Dirigida por el rumano Cristi Pulu, narra una reunión familiar a cuentas de un difunto de esas que tanto juego han dado en la historia del cine. Para decidir si la odiamos o la amamos, también es obligatorio lo de acudir a taquillas.
A 47 metros también fomentará los debates cinematográficos, aunque de menor altura filosófica. Algunos disfrutarán de ella como una Serie B de tiburones veraniegos tirando a decente que entretiene y a la que no se le deben buscar más de tres pies porque cumple su misión con creces y eso es de agradecer. Y otros optarán por señalar cada uno de sus fallos como si fueran atentados mortales a la moral cinematográfica. ¿Adivinas cuál es la solución para desentrañar qué grupo tiene razón?
Eso, efectivamente ¿Hace un cine?