Está claro que no era el Capitán América de la película recién estrenada por Marvel al que el ilustre Walt Whitman dedicaba en 1865 su famoso poema ¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán! De hecho, sabemos a ciencia cierta que pretendía homenajear la figura de Abraham Lincoln, cuyo asesinato provocó la escritura del texto. Pero el nombrarlo nos da pie para hablar de la importancia que un cargo como el de capitán tiene a la hora de crear personajes de ficción o elogiar figuras históricas. No solemos referirnos a alguien que nos lidera como general, coronel o sargento, si no como nuestro capitán, que a su vez es el cargo que ostentan aquellos que en los equipos deportivos tienen -o deben tener- una especial ascendencia sobre sus compañeros a la vez que les representa.
Puede que sea su uso en el mar, el romanticismo de un hombre a cuyo cargo último se encuentra un barco surcando los océanos, lo que ha hecho que el término haya prosperado para designar a quien ostenta el liderazgo en un grupo de personas, aunque en nuestras aventuras, las leídas, las jugadas y las soñadas no sólo haya capitanes de barco. Desde un capitán de caballería a uno pirata, pasando por aquellos que conquistan al frente de sus hombres las mayores glorias deportivas, los hombres a los que podemos aplicar los primeros versos del poema de Walt Whitman nos inspiran para lograr lo que sin ellos sería imposible.
El cine, por supuesto, ha sido reflejo de las aventuras por tierra, mar y aire de una interminable lista de capitanes, hombres a los que seguir en la batalla o en el camino, hombres para que soñemos con nuevos horizontes. Ellos son nuestros capitanes de película, y a ellos nos dirigiremos, aunque sea casi en un susurro, para que no nos oigan nada más que sus espíritus, con el ¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!
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