No hay discusiones en cuanto a cual es la mejor madre del mundo: la de cada uno. La tuya, la mía y la de más allá. La que te prepara tu plato preferido, la que sabe cuando estás triste aunque digas que no y la que sabía cuando te estabas haciendo pis aunque no dijeras nada. La que supera a Google en encontrar cosas y a cualquier atleta en lanzamiento de zapatilla de estar por casa. Con la que te sientes a la vez niño y príncipe. Manta para el frío, aire para el calor, hombro para penas y aplauso para éxitos. Esa madre es la mejor. La tuya, la mía y de más allá.
Donde puede haber más discusiones es en cual es la mejor madre del cine. Porque al contrario que en la vida real, en la gran pantalla si que hay más de una madre. De hecho, hay madres para dar y tomar. Por haber, hay hasta malas madres, eso que parece que no puede existir. Hay madres de monstruos y monstruos de madres. Hay madres de elefantes, de perros, de ciervos. Hay madres que son unas bestias y madres con las que son bestias. Hay madres adoptivas, y madres adoptadas. Y todas, todas, son madres de cine.
Quedémonos en esta ocasión con las madres que lo dan todo por sus retoños, hasta su propia vida. Esos personajes a los que conocer en una película con las palomitas en una mano y el pañuelo en el otro, ensimismados en proteger a cualquier precio a su familia de los peligros de ese camino de lágrimas que es la vida, sean o no sean merecedores de tal defensa, porque las madres son así, y querrán a sus hijos aunque sean las únicas que lo hagan, desde los títulos de crédito hasta el The End definitivo.
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