Como si te adentrases en un comic a color sin personajes, así son sus pinturas. Tienen una irrealidad casi Bradburyana, donde las calles y ciudades fantasmales se congelan en el tiempo; en otras, las escenas campestres y los paisajes se aterciopelan y sus brillos se tornan, si pueden, dorados.
En “Ignacio Fortún, Pintura y Memoria”, Fortún conversa con los materiales en el proceso creativo y deja que actúen libremente, como se les antoje. Se adecua a ellos, moldeándolos para conseguir su historia, y al quedar colgados, la luz presenta distintas versiones de la misma obra. Comienza sobre una impoluta plancha mate de aluminio o zinc. Ayudado por buriles, realiza primero unas incisiones, después un boceto que debe armonizar en volúmenes, y luego lo integra todo con los colores, que quedan absorbidos por el metal según la intensidad y exposición a la luz.
Sus imágenes evocan recuerdos, narran historias, transitan entre el pasado y el futuro y provocan un estado contemplativo en el espectador. Nunca verás igual el cuadro aunque tus ojos sean los mismos: la luz lo traduce y nos muestra, a veces, una cara de la luna o la otra. No os la perdáis.
Galería de imágenes
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