El primer hechizo de Japón es tan intangible y volátil como un perfume. Escribía estas palabras Lafcadio Hearn en su relato de viajes, En el país de los dioses. Corrían los últimos años del XIX y los primeros del XX. Mientras Hearn recorría el Japón de la era Meiji, en Europa la fascinación por el país de las geishas se desbocaba. Artistas como James McNeill Whistler, Édouard Manet o Claude Monet ya habían experimentado el embrujo de ese lugar intangible, armónico y espiritual.
Claro que no todo era tan idílico. Hacia 1850, tras siglos de aislamiento, Japón se vio forzado por Estados Unidos a abrir sus puertas a Occidente. Semejante cambio de ritmo en la política japonesa dio lugar a numerosas tensiones internas, además de una serie de interferencias culturales que afectaron tanto a unos como a otros. La apertura proporcionó al país nipón la oportunidad de expandir su arte en exposiciones universales. Tanto europeos como norteamericanos quedaron fascinados por la delicadeza, la sensibilidad y la magia de una cultura hasta entonces desconocida.
La música no escapó al embrujo. En febrero de 1904, Giacomo Puccini estrenó en La Scala de Milán, Madama Butterfly. Una ópera en tres actos basada en las relaciones y el inevitable enfrentamiento cultural entre Oriente y Occidente. Tres años después, el drama amoroso de la geisha Cio Cio San y el teniente B. F. Pinkerton se subió al escenario del Teatro Real de Madrid.
Con motivo del bicentenario del coliseo madrileño y los 110 años del estreno de la obra de Puccini, el Museo Thyssen-Bornemisza organiza una pequeña exposición para situar aquel estreno en el contexto de la moda japonista que recorrió gran parte de Occidente en el último tercio del siglo XIX, y de la que Madrid también fue partícipe.
Objeto de adoración por parte de las clases altas madrileñas, el arte japonés se convirtió en símbolo de distinción y alcurnia. Gabinetes y salones japoneses se pusieron de moda en las mansiones nobiliarias de fin de siglo —palacio de Santoña, la residencia de Cánovas del Castillo o el palacete de la infanta Dña. Eulalia de Borbón—. Incluso el restaurante Lhardy diseñó un salón japonés, magníficamente conservado a día de hoy. También el marqués de Cerralbo atesoró en su palacio madrileño armas, armaduras y otros objetos japoneses adquiridos en subastas en París. Al igual que Joaquín Sorolla, profundamente ligado a París y las corrientes artística que bullían en los ambientes más refinados. La Exposición Universal de Barcelona de 1888 fue el broche de oro al auge de la atracción por las costumbres culturales del país del sake y los polvos de arroz.
Madama Butterfly y la atracción por Japón. Madrid, 1868-1915 se propone acercar al público la ópera de Puccini, a través de medio centenar de pinturas, carteles, estampas, porcelanas, fotografías, complementos de moda y libretos teatrales. En la muestra se exhiben, entre otros objetos, el programa de mano y la adaptación al español de la obra, además de una serie de siete figurines realizados por Joaquín Xaudaró para la representación.
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Madama Butterfly y la atracción por Japón. Madrid, 1868-1915. Museo Thyssen-Bornemisza en colaboración con el Teatro Real de Madrid. Del 22 de junio al 27 de agosto de 2017. Comisario: Juan Ángel López Manzanares.
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