El que es considerado el padre de la relojería contemporánea, Abraham Louis Breguet, fue no sólo uno de los más notables y audaces relojeros de todos los tiempos, sino también uno de los personajes más célebres del siglo XVIII. A él acudían hombres ilustres, emperadores, reyes y nobles del mundo entero para hacerle sus exquisitos encargos mientras los más afamados escritores le citaban en sus obras.
Es esta faceta “social” -basada en los vínculos que unieron a la casa relojera con personajes clave de los anales de la historia- el eje de la última exposición que la marca ha expuesto en el Teatro Real de Madrid (coincidiendo con el delicioso estreno de la ópera Otello de Verdi): Breguet, una historia escrita a través de personajes ilustres.
María Antonieta, Winston Churchill, Napoleón Bonaparte y el zar Alejandro I de Rusia documentan el recorrido histórico de la casa relojera junto a algunos de más grandes personalidades de su época, incluyendo a escritores como Honoré de Balzac o Aleksandr Pushkin
Por lo que respecta a nuestras latitudes, las relaciones de Breguet con España se iniciaron en 1780 a través de la amistad entre el maestro relojero y el gran ingeniero y físico Agustín de Betancourt y Molina, Director del Real Gabinete de Máquinas en Madrid, que tuvo como resultado el co-desarrollo de un telégrafo y de numerosos instrumentos de física. También el Embajador de España en Francia, la familia de los Duques de Fernán Núñez, o la familia de los Duques del Infantado fueron otros de los distinguidos clientes que figuran en sus archivos históricos.
Una de las más fervientes admiradoras fue María Antonieta, quien adquiría sus creaciones para uso personal, además de darle publicidad en su entorno cortesano. Para ella diseñó Breguet el reloj Nº 1160, conocido por el nombre de su destinataria, que aglutina todas las complicaciones realizadas hasta la época y que desafortunadamente la reina no llegaría a ver terminado, pues su fabricación concluyó 34 años después de su trágica muerte. El reloj fue robado en 1983 en un museo de Jerusalén y reapareció en 2007 tan misteriosamente como había desaparecido. En 2004 Nicolas G. Hayek propuso hacer una réplica exacta del original que se concluyó cuatro años más tarde, de modo que ahora existen dos ejemplares.
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