En los tiempos que corren, y aparte de las cuestiones sobre las que discuten, los diplomáticos lo tienen relativamente fácil. Un avión, y se plantan en cualquier lugar del mundo en unas horas. Por no hablar, claro, de Internet, teléfonos y tecnologías varias. Pero en el siglo XVII, las excursiones diplomáticas se hacían a capón. Como por ejemplo, la que organizo en Japón en 1613 el daimyo -señor feudal- Date Masamune, señor de Bojú, convertido al cristianismo en 1610, con el permiso del shogún -el "primer ministro"- Tokugawa Ieyasu, que decidió enviar una embajada al rey de España y al pontífice de Roma para solicitar el establecimiento de relaciones comerciales con Nueva España y el envío de misioneros al Japón. La legación fue encabezada por el franciscano Luis Sotelo y el samurai Hasekura Tsunenaga.
Siete años. Ahí es nada. María, tengo que ir a currar, volveré en 7 años. Eso es amor a tu trabajo, oye. Bromas fáciles aparte, la exposición organizada en el Archivo General de Indias de la ciudad de Sevilla sobre esta embajada nos da la excelente oportunidad de realizar un viaje en el tiempo para echar un vistazo a los entresijos de la diplomacia entre dos reinos tan alejados, en formas y espacio, como el japones y el español casi cuatro siglos después, mediante documentos y objetos de la época, como una armadura de Samurai o las cartas del Señor del Japón al duque de Lerma donde se autoriza a los navíos españoles a tocar puertos japoneses.
Samurais en tierra de Alatristes. ¿A que no suena nada mal?