Óscar Domínguez Palazón nació en San Cristóbal de La Laguna (Tenerife), el 3 de enero de 1906. Se suicidó en París la nochevieja de 1957. Durante las escasas cinco décadas que vivió, el pintor tinerfeño experimentó diversas situaciones personales y familiares tensas e intensas. La pérdida de su madre a los tres años de edad, la enfermedad y la muerte marcan en cierto modo una infancia un tanto desordenada.
Como abandonó sus estudios a los 19 años, pero ya denotaba una profunda inclinación artística, se instaló en París junto a una de sus hermanas mayores y su cuñado. A finales de 1928 expone por primera vez en el Círculo de Bellas Artes de Tenerife, recibiendo duras críticas por parte de la prensa. Todo lo contrario sucedió tras la primera muestra individual en el mismo espacio, en la primavera de 1934.
Durante esta inicial etapa artística, Óscar Domínguez presenta clarísimas influencias surrealistas y manifiesta ya sus tendencias pictóricas hacia las escenas violentas, atravesadas por la tragedia, la muerte, la destrucción, la represión, el suicidio, la incomunicación. Un simbolismo que desarrolla de manera mucho más perceptible durante su extenso periodo picassiano, entre 1942 y 1948 aproximadamente. Vive de nuevo situaciones muy complejas en la capital francesa y Marsella, intensificadas por la ocupación nazi y los efectos de la guerra. Alejado ya del surrealismo ortodoxo previo, se decanta por los trazos angulosos, las geometrías, las tonalidades oscuras, las figuras atormentadas y una violencia escenográfica vertiginosa.
Hacia 1948 la obra de Óscar Domínguez experimenta un cambio radical, no sólo en uso del color y la repentina suavidad de las líneas, sino que deja de conducirse por los caminos ya explorados del surrealismo y el cubismo para adentrarse en la creación de un universo propio. Prescinde de toda la iconografía ajena cultivada en las etapas anteriores, al tiempo que se aleja de sus habituales tendencias autodestructivas. Hay que señalar que este periodo artístico coincide con una etapa vital dominada por la estabilidad emocional, el abandono de las influencias picassianas y un éxito profesional considerable.
Aunque se perpetúa en su imaginario habitual —abrelatas, sifones, fruteros, imperdibles, bicicletas, pianos, revólveres, máquina de coser o de escribir, tauromaquias e interiores relacionados con el arte—, su simbología difiere por completo de la anterior. Los objetos se vuelven cotidianos, familiares, amigables. Sustituye el brutalismo previo por escenas sinuosas, composiciones serenas que revelan infinitas dosis de ironía y sentido del humor. Es especialmente relevante la metamorfosis de sus bodegones y ateliers y las tauromaquias.
La Galería Guillermo de Osma dedica la muestra Óscar Domínguez. El ‘triple trazo’. 1948-1952 a esta etapa especialmente fluida y brillante del artista tinerfeño en la que comienza a experimentar con una técnica que él mismo denominó “triple trazo”. Se trata de trazar con tinta china el dibujo de la composición, reservando a ambos lados del mismo un espacio en blanco a partir del cual se extiende el color. De esta manera, el pintor desarrolla un método personal absolutamente original y propio que le permite plasmar su lado más jovial y humorístico. El resultado es una pintura fresca, ligera, luminosa. “Me acerco —escribía en 1949— al problema plástico, al lado inventivo que te abre la naturaleza frente a la luz, la forma y el color”.
La exposición, que podrá visitarse desde el 18 de noviembre hasta el 19 de febrero, se completa con un catálogo con ensayos escritos por Lázaro Santana e Isidro Hernández.
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