Los conocí hace unos días. En la República Dominicana. Mientras llevaban a cabo su última intervención, el proyecto Dominicano Soy gracias al cual y con el patrocinio de Ron Barceló, una serie de casitas victorianas situadas en el centro de Salvaleón de Higüey han recuperado el colorido. Pero no sólo eso. El colectivo de artistas urbanos Boamistura ha logrado una vez más que los habitantes de esas bellas construcciones anglocaribeñas se sientan felices de vivir en ellas, de formar parte de un proceso de renovación que va mucho más allá del mural, la fachada, la calle.
Porque conectar, inspirar, emocionar es el fin primordial —tal vez el único— de sus Crossroads. Intervenciones artísticas "programadas", solidarias, altruistas, realizadas con el corazón y en el corazón de comunidades carentes, desestructuradas. Pero ¿de dónde surgió la idea? Todo empezó en 2011, en Sudáfrica. Tras aceptar la propuesta del galerista Ricky Lee Gordon de pasar un mes en una residencia artística en Ciudad del Cabo. Es Javi Pahg —Javier Serrano, el arquitecto del grupo— quien responde. Al llegar nos encontramos inmersos en un suburbio marginal y conflictivo, controlado por gángsters, sumido en problemas de prostitución, drogadicción, desarraigo. Fue un golpe, un shock tan profundo que durante la primera semana no sabíamos qué pintar; entonces decidimos mezclarnos con la gente, conversar, jugar con los niños. Y descubrimos que a pesar de las durísimas condiciones de vida y el grado de peligrosidad de Woodstock —hoy convertido en un barrio emergente repleto de galerías independientes, de una nueva generación de artistas—, la gente nos hablaba de inspiración, de conceptos impactantes, extraños a nuestra visión del mundo hasta entonces. El detonante fue la reflexión de un vecino: “tal vez dentro de alguno de esos niños con los que jugáis se encuentre el próximo Mandela”.
Ciudad del Cabo nos cambió la vida, volvimos de aquel viaje muy tocados.
Fue una experiencia tan enriquecedora que alteró por completo su enfoque sobre el arte urbano convirtiéndolo en un proceso participativo e integrador porque cuando la gente pinta se siente parte del cambio y surge el amor, el orgullo de pertenecer a ese lugar; y los Crossroads, concebidos como “arte para transformar el mundo”, en una parcela fundamental de su trayectoria artística. Países como Brasil, México, India, Guinea Ecuatorial, Argelia, Panamá, Colombia…, pero también Europa —París, Belgrado, Milán, Madrid— se han impregnado de la esencia Boa: solidaria, cautivadora, cargada de simbolismo, positividad y un colorido deslumbrante.
Lo cierto es que los sitios nos eligen a nosotros, dice Javier muy serio cuando le pregunto cómo escogen los lugares donde desarrollan los proyectos. Algo increíble. Porque a mí me parece increíble que una persona, por ejemplo desde Nairobi —antes de Higüey, estuvieron en Kenia— sea capaz de conocer y apreciar nuestro trabajo hasta el punto de invitarnos a realizar un proyecto. ¿Porque sois muy buenos? Risas. Creo que nunca voy a comprender por qué alguien en la otra punta del mundo hace semejante esfuerzo.
Seguimos siendo clandestinos; preferimos pedir perdón que pedir permiso.
Pero Pablo (Arkoh) Ferreiro, Juan Jaume (Derko) Fernández, Pablo (Purone) Purón, Rubén (rDick) Martín y Javier (Pahg) Serrano llevan la mezcla en el nombre y el arte en el ADN desde que eran adolescentes, cuando apenas superado el umbral de la niñez comenzaron a pintar los muros de su barrio —la Alameda de Osuna de Madrid—. Una inquietud artística que les trajo algún que otro contratiempo. Aunque alguna vez salíamos por las noches, preferíamos pintar con luz, y en pleno día es mucho más fácil que te pillen. Más risas. Porque les pillaron, claro. Más de una vez. Ahora, quince años después ¿cómo lleváis el paso de la clandestinidad a la fama? Seguimos siendo clandestinos, Javier responde así, suavecito y a bocajarro. Preferimos pedir perdón que pedir permiso. Y es que pedir permiso en según qué situaciones es perder el tiempo. A veces es más práctico que unos tipos vestidos de Ninjas (nadie sabe quiénes) salgan por la noche a llenar de poesía los pasos de peatones de Madrid, que desgastarse en reuniones infructuosas con burócratas de salón.
Una vivienda-tienda de ultramarinos semiabandonada en el madrileño barrio del Conde Duque se convirtió en 2010 en el cuartel general de Boa Mistura. Este equipo de románticos empedernidos que ha sabido evolucionar del muro a la trama (¿o es al revés?), haciendo del color un símbolo del cambio, del arte efímero un lazo indestructible con la ciudad y la calle, de sus aspiraciones e inspiraciones un compromiso con el futuro. Y que, bajo el lema Cinco cabezas, diez manos, un solo corazón, convierten cada día el espacio público un lugar mucho más amable.
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