“Ocurrió. En consecuencia, puede volver a ocurrir: esto es la esencia de lo que tenemos que decir. Puede ocurrir y puede ocurrir en cualquier lugar”. Primo Levi fue uno de los pocos supervivientes de aquella máquina de matar que fue Auschwitz. Luego lo contó todo en una trilogía estremecedora (Si esto es un hombre, La tregua, Los hundidos y los salvados). No fue el único testigo del sufrimiento, las torturas, las humillaciones que allí se perpetraban cada día.
Elie Wiesel, Imre Kertész, Odette Elina también convirtieron el horror del nazismo en literatura y testimonio documental de la crueldad y la deshumanización. Además de narrar sus experiencias, sus libros otorgaron voz a todas las víctimas —judíos, polacos, gitanos, prisioneros de guerra soviéticos y de otras nacionalidades (checos, bielorrusos, franceses, alemanes, austríacos, rusos, eslovenos y ucranianos en su mayoría) y personas de colectivos considerados por el régimen de Hitler como “elementos indeseables”— de la perversa idea del exterminio.
El sistema de terror nazi se instrumentó bajo una compleja maquinaría de complicidades heterogéneas cuyo único objetivo, “la solución final”, bien puede resumirse en un único espacio: Auschwitz-Birkenau. Entre los miles de campos creados y operados por la Alemania nazi y sus colaboradores, Auschwitz fue el más letal. También el de mayores dimensiones (40 km2), ampliado en dos ocasiones, además de los casi 50 subcampos de esclavitud en las inmediaciones de Auschwitz, construidos entre 1942 y 1944.
El primer recinto se edificó en primavera de 1940 sobre un barracón de artillería abandonado por el ejército en las afueras de Oświęcim, ciudad anexionada al Tercer Reich tras la ocupación de Polonia. Aún no se había definido como lugar de exterminio judío, sino como centro de aniquilación de los opositores polacos.
Por allí pasaron un millón trescientos mil deportados. Todos ellos condenados: la mayoría al asesinato directo en las cámaras de gas, el resto a una muerte en diferido basada en la tortura, la esclavitud, la anulación de la dignidad, de cualquier vestigio de ser humano. Sólo sobrevivieron 200.000. Las cifras nublan el entendimiento, los métodos determinan el sadismo sin adjetivos desplegado por la propaganda nazi.
Bajo el título Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos, Musealia organiza la mayor exposición de la historia sobre el campo de exterminio nazi. Se trata de una muestra itinerante que recorrerá diferentes ciudades de todo el mundo durante siete años. En un espacio inmenso (2500 metros cuadrados) se exhiben un millar de piezas procedentes, en su mayoría, del Museo Estatal Auschwitz Birkenau. Objetos que narran la historia de las víctimas, pero también la de sus verdugos.
La muestra reivindica, además, la necesidad de recordar. El odio, el racismo, el desprecio infinito hacia otro ser humano configuraron uno de los capítulos más oscuros de la historia de la humanidad. Porque ese lugar diabólico, Auschwitz, existió y debería servir como advertencia universal en este tiempo en el que el odio y la intolerancia parecen ganar terreno en una sociedad cada vez más avanzada que, paradójicamente, retrocede a pasos de gigante. En palabras del Dr. Piotr M.A. Cywiński —director del Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau—, “el mundo se mueve hoy en direcciones inciertas. Por eso necesitamos, cada vez más, apoyarnos en los fuertes pilares de nuestra memoria”.
La exposición Auschwitz permanecerá en el Centro de Exposiciones Arte Canal de Madrid, primero de sus 14 destinos mundiales en Europa y Estados Unidos, del 1 de diciembre de 2017 al 17 de junio de 2018.
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