El erotismo es un cliché, un lugar común, una referencia que atrae la atención del espectador sin resultar ofensiva. Si pornografía define etimológica y legalmente lo que “no se puede ver”, el erotismo es cultura, y la cultura contiene un elemento que la eleva sobre el pensamiento cotidiano.
Por lo tanto, el erotismo es un eficaz comodín para ser incorrecto sin ser tachado de obsceno. Los artistas siempre lo han sabido y, por ello, siempre han jugado a la ambigüedad. La naturaleza está llena de elementos susceptibles de ser erotizados. También nuestras casas. Es el observador quien establece el vínculo. Una flor, las formas de un paisaje o un gesto, pueden insinuar contenidos simbólicos.
Es fácil. El ojo desea ser excitado y busca referencias bajo lo explícito. La saturación de imágenes a la que estamos sometidos nos hace difícil imaginar el poder de lo intuido en un cuadro o en una fotografía.
En una escena de baño de Degas la espalda de una mujer que peina su pelo sugiere el olor del jabón, el vapor, la piel cálida. Los jóvenes músicos de Caravaggio acarician las cuerdas con los labios entreabiertos. El Bosco hace devorar a sus condenados frutos mientras intercambian miradas lascivas.
Hasta aquí, nada nuevo. Como he mencionado, el erotismo no es más que otro cliché. Pero, ¿y si tratamos de cambiar la perspectiva? Basta detenerse, ver, jugar y pensar. Esa es la propuesta de Bruno Ruiz-Nicoli e Ignacio Vleming, dos escritores e historiadores del arte que se han propuesto desmontar la visión convencional del arte paso a paso.
En esta ocasión el lugar elegido es el Club Alma Sensai, una casa-palacio construida en 1910 en el barrio de Salamanca de Madrid. El acceso, restringido a los socios, se abrirá a los participantes el miércoles 22 de marzo, a las ocho de la tarde. Una tarde lúdica para abrir la primavera.
Los "chutes" suelen llenarse, pero aún estás a tiempo de conseguir tu entrada aquí
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