Alfonso Sánchez García nació en Ciudad Real, en febrero de 1880. No tuvo mucho tiempo ni oportunidades de recibir formación académica. Su familia, de origen humilde y consagrada al negocio teatral, dejó de vivir al retortero de la farándula cuando falleció el padre, Victoriano Sánchez Molina. Tenía entonces Alfonso unos 11 años. Las condiciones económicas y la necesidad de contribuir al sustento familiar le obligaron a abandonar las clases para trabajar en un taller de papel de vasar. Para completar los exiguos ingresos, por las noches vendía periódicos y folletos de zarzuela en las calles.
Junto a Amador, célebre profesional de la época cuyo estudio se encontraba en la calle Toledo (Madrid), se inició en el mundo de la fotografía. Resultó que el joven aprendiz tenía aptitudes excepcionales para el oficio. Tras sus primeros trabajos ambulantes por las calles de la capital y unos cuantos retratos de estudio, Manuel Compañy le contrató como operador en su Galería. Con él continuó su formación técnica y dio sus primeros pasos como cronista visual en teatros y actos oficiales.
En 1904, fue nombrado director de la sección fotográfica El Gráfico. La escasa vida de este periódico animó a Alfonso —ya firmaba como tal— a lanzarse a la fotografía artística y abrirse así un hueco entre los medios de la época. El Imparcial y el Heraldo de Madrid fueron algunos de los diarios en los que ejerció como fotógrafo de prensa hasta que fue destinado a Melilla para cubrir la guerra de Marruecos.
Fue este, junto al de la revolución portuguesa, su primer gran reportaje sobre el escenario bélico y el acontecimiento que iba a cambiar su vida profesional. Claro que nadie sale indemne, ni siquiera como testigo, de barbaridades como el desastre del Barranco del Lobo, el asedio de Nador o la catástrofe de Monte Arruit. Sin embargo, las imágenes de la contienda fueron la forja de su destacada vocación como reportero y la contribución definitiva al refuerzo de su sello.
En efecto, el logotipo de Alfonso, que ya formaba parte del paisaje de la madrileña calle Fuencarral, se expandió hasta la calle Toledo y marcó el futuro de sus hijos Alfonsito, Luis y Pepe Sánchez Portela. Ellos, dignos transmisores del legado del pionero del fotoperiodismo patrio, continuaron la labor de su progenitor pese a las dificultades que el régimen franquista aplicó a la creatividad y la libertad y las depuraciones correspondientes a causa de las “actividades políticas”. En 1952 las autoridades del franquismo le rehabilitaron profesionalmente. Ya tarde.
La Fábrica acoge en su sede de la calle de la Alameda (Madrid), la muestra Realidad cotidiana siglo XX, dedicada al fotógrafo de la memoria visual española, testigo de acontecimientos cruciales de la política y la sociedad de la época —el discurso de la corona de Alfonso XIII, la proclamación de la República, la victoria del Frente Popular, el cadáver de Calvo Sotelo en el depósito, los muertos del Cuartel de la Montaña o el fusilamiento del general Fanjul— y también del costumbrismo, la cotidianidad y la cultura de entonces.
Azaña, Belmonte, Ramón y Cajal, Machado, Gómez de la Serna, Valle-Inclán… no fueron los únicos que pasaron y posaron ante el objetivo de Alfonso. Personajes anónimos protagonizaron escenas callejeras, rostros desconocidos que dibujaron el paisaje español de la primera mitad del siglo pasado. Alfonso, impulsor de un nuevo género en España, modernizó el lenguaje fotográfico con sus imágenes a pie de calle.
La muestra, comisariada por Chema Conesa, podrá visitarse hasta febrero de 2020 y se inaugurará el 27 de noviembre, a las 19 horas.
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