Antonio Vivaldi
Classical

Verano. Las Cuatro Estaciones. Antonio Vivaldi

Qué mejor momento para captar los sentimientos e impresiones que nos produce el verano.

La vida del prette rosso –como se le conoce por su condición de sacerdote y pelirrojo- trascurrió en la Venecia de finales del siglo XVII, una ciudad que, acostumbrada al lujo y la suntuosidad proporcionada por el comercio con oriente y occidente, se preparaba para perder su poder frente a sus vecinos austriacos y turcos. A pesar de todo, Venecia seguía siendo el destino deseado de muchos músicos.

Músicos y artistas que se encontraban con una ciudad llena de contrastes, entre la frivolidad profana del Carnaval y la gravedad sagrada de San Marcos. Y la del Ospedale de la Pietá, uno de los hospicios de la ciudad para acoger a niñas abandonadas a las que Antonio Vivaldi instruyó en el terreno musical, hasta el extremo que alcanzaron fama internacional. El hecho de que el propio Bach estudiara la obra de Vivaldi nos daría una certera pista de lo mucho que hay que decir de él. Pero hoy nos interesa destacar que en 1725 escribió Il cimento dell’armonia e dell’invenzione -La lucha de la armonía y de la invención-, una recopilación de 12 conciertos para violín entre los que se encuentran Las Cuatro Estaciones. Armonía e Invención; Razón frente a Imaginación. Conciertos profanos escritos por un cura. Más contrastes venecianos en los cuatro conciertos más populares del mundo.

En el Barroco era muy frecuente que los compositores recurrieran al simbolismo musical, a las imitaciones de la naturaleza. Pero lo de Vivaldi va más allá de una simple descripción de la naturaleza, no la imita, sino que capta los sentimientos e impresiones que nos produce. Las Cuatro Estaciones están compuestas para orquesta de cuerda con tres movimientos a la italiana, rápido-lento-rápido. A cada uno de ellos lo precede un soneto cuyo tema lo relaciona con una estación del año.

Se desconoce si estos sonetos los escribió el propio Vivaldi, pero como es verano pues…

Bajo la dura estación por el sol encendida
languidece el hombre, languidece el rebaño y arde el pino;
suelta el cuco la voz y, apenas percibida,
cantan la tortolilla y el jilguero.
 
Expira el dulce céfiro, pero la contienda
mueve bóreas, de improviso, a su vecino;
y llora el pastorcillo, porque, intranquilo,
teme a la fiera borrasca, y a su destino.
 
Roba el reposo a los cansados miembros
el temor de los relámpagos, los fieros truenos
y la furiosa bandada de moscas y mosquitos.
 
¡Ah! Demasiado ciertos son sus temores;
truena y relampaguea el cielo que, con su pedrisco,
trunca la cabeza de las espigas y de los granos altivos.

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