La Tercera sinfonía fue escrita por Brahms en Wiesbaden en 1883 y estrenada en Viena el 2 de diciembre del mismo año. Es una obra maestra en la que se concilian las dos cualidades más destacadas de la música de Brahms, su profundo sentido poético y su titánico espíritu épico, ideas aparentemente contradictorias pero que en su carrera siempre fueron complementarias. Pero no es fácil detectarlo; alguien dijo que Brahms no es obvio; le gusta ocultar la belleza de sus obras detrás de un velo, y uno llega a apreciar esa belleza solamente a través de un sólido conocimiento de cada obra.
Brahms siempre dudó de su capacidad como compositor sinfónico, acomplejado por la figura de Ludwig van Beethoven. Sin embargo, una vez que se atrevió, en dos años compuso la Primera (1876) y la Segunda (1877). Luego espero seis años a componer la Tercera, años en los que no estuvo ocioso, sino que compuso varias de las obras más importantes de su catálogo y que le reportaron notables conocimientos para el desarrollo de su lenguaje musical, como la Obertura trágica, la Sonata para violín y piano Op. 78, el Concierto para violín, el Segundo concierto para piano y el Quinteto de cuerdas Op. 88.
En clara alusión a Beethoven, el célebre crítico Hanslick, dijo el día del estreno de la Tercera sinfonía que si la Primera sinfonía de Brahms puede ser caracterizada como patética o apasionada, y la Segunda sinfonía puede definirse como pastoral, la Tercera es, sin duda, la Heroica de Brahms. Algo que sólo es evidente en los movimientos primero y cuarto, pues el segundo y el tercero están más cerca del romanticismo de Schumann y Mendelssohn y que reafirma el difícil equilibrio íntimo y personal entre lo poético y lo épico.