En 1885, la millonaria y filántropa señora Thurber fundó el Conservatorio Nacional de Música de Nueva York y pensó en alguien que se hiciera cargo de la institución, alguien que, teniendo en cuenta la ausencia de una tradición musical clásica norteamericana, sólo podía venir de la vieja Europa. Para entonces, Dvorak se hallaba en la cima de su fama y gozaba de gran prestigio no sólo en su amada Bohemia natal, sino también en toda la Europa continental y de forma muy especial en Inglaterra.
Además de por su bien ganada fama a Antonín Dvorak (1841-1904) lo llamaron por ser un compositor nacionalista con la capacidad de volcar sus raíces y sentimientos en la música. Característica muy necesaria cuando se quiere crear una nueva música nacional formada por elementos de origen diverso que sirva para crear una nueva idea de identidad nacional en un país con menos de un siglo de independencia. Ese fuerte apego a su tierra fue lo que hizo que Dvorak rechazara inicialmente la oferta, aunque una poderosa razón, en forma de astronómica oferta económica, hizo que finalmente dirigiera el Conservatorio Nacional desde septiembre de 1892 hasta mayo de 1894.
Su estancia en Estados Unidos fue una de sus etapas más fecundas, produciendo la Sonatina para violín, una Suite para piano, sus diez Leyendas bíblicas, el Cuarteto Op. 96 llamado Americano, el Quinteto de cuerdas Op. 97, Concierto para violoncelo Op. 104 , además de la famosísima Novena Sinfonía o Sinfonía del Nuevo Mundo.
El cuarto movimiento de la Sinfonía del Nuevo Mundo reúne en un solo las principales ideas que forman la obra, una obra sinfónica aislada que, a modo de poema sinfónico, no sigue la forma característica del movimiento final típico de una sinfonía, sea rondó o sonata. Recopila sus pensamientos, sus impresiones, sus sentimientos sobre una tierra nueva, mestiza, muy distinta a lo que él conocía. Un posicionamiento nacionalista que hace aflorar la diversidad, que lejos de separar, unifica.
Por eso, para muchos esta sinfonía es americana mientras que para otros pasa por eslava. Está compuesta en el Nuevo Mundo pero continuamente evoca al Viejo. Mira a las formas clásicas y academicistas de Haydn y Mozart mientras utiliza el folclore amerindio y negro norteamericanos. Por eso, la Novena Sinfonía de Dvorak ha pasado a ser patrimonio colectivo del mundo, ocupando de forma merecida un lugar preeminente en el repertorio sinfónico de todos los tiempos.