En 1884, mientras Brahms se encontraba componiendo su Cuarta sinfonía en Mürzzuschlag, escribió una carta a su amiga Elisabeth von Herzogenberg para recabar su opinión sobre el primer movimiento que le adjuntaba. En la misiva no dudo en mostrarse profundamente autocrítico, pero también seguro del resultado que buscaba para la que debía ser su última sinfonía. Por desgracia, mis piezas son más placenteras que yo, y las cerezas nunca maduran lo suficiente por aquí, así que no tema si no le gusta el sabor de lo que le envío. No estoy dispuesto a escribir una mala número cuatro.
Es unánime la opinión de que la Cuarta sinfonía es la mejor de las sinfonía de Johannes Brahms, la culminación de su obra. Incluso, muchos críticos dicen que después de la cuarta de Brahms, la forma sinfónica no dio ni un paso más. Quizás algo exagerado, una opinión que desprecia numerosas aportaciones sinfónicas de compositores posteriores. Aunque cabe preguntarse por qué un compositor que tenía un dominio evidente de la forma sinfónica se limitó a escribir cuatro sinfonías, más aún cuando compositores de menor talla habían escrito muchas más. La Cuarta casi siempre le había fallado a numerosos compositores, incluso de la talla de Mozart, Haydn o Beethoven. De ahí su no estoy dispuesto a escribir una mala número cuatro.
Brahms perteneció a una civilización que ya no existe. Pero aún comprendemos el lenguaje que hablaba, el lenguaje de un hombre honesto que tenía algo que decir, que lo dijo tan clara y elocuentemente como pudo y que después dejó de hablar, dijo Hendrik Willem van Loon. Cierto, la última sinfonía de Brahms cerró una época, pero fue el inicio de otra, con Mahler a la cabeza, que comenzó a escribir su Primera sinfonía, Titán, en el mismo año en que Brahms componía su Cuarta.