Dos modelos estilísticos polarizaron la música en la Europa barroca, el refinado y exquisito estilo francés, dominado por lo que ellos dieron en llamar le bon goût –el buen gusto- y el extrovertido, virtuoso y apasionado estilo italiano al que se enfrentaba. Siguiendo caminos diferentes, ambos estilos terminarían por imponerse en todas las naciones europeas, pero hacia 1600 la música italiana comenzó a mostrar una asombrosa creatividad y capacidad de evolución. Francia opuso la resistencia que pudo, pero finalmente terminó por asimilar poco a poco las novedades técnicas, formales y estilísticas que venían del otro lado de los Alpes.
Nacido en París, François Couperin era miembro de una ilustre familia de músicos. Durante su juventud frecuentó los salones aristocráticos donde se cultivaba la despreciable y subversiva música italiana. Su admiración por Corelli era tan intensa que publicó sus primeras sonatas de trio bajo un pseudónimo italiano, Francesco Pernucio, entre otros actos absolutamente sacrílegos. Desde ese momento, la sonata comenzó a abrirse paso en Francia. Curiosamente, François Couperin, el más francés de los músicos franceses, el compositor que alcanzó los más altos cargos musicales de la corte de Versalles y uno de los pilares de la música barroca francesa, fue el importador en Francia del modelo de sonata corelliana que hacía furor en toda Europa. Una actitud conciliadora que se conocería como Les Gôuts réunis, los gustos reunidos.
Os dejamos con su meridional siciliana ataviada al modo galo, movimiento que cierra el Sexto Concierto de François Couperin, con Gonzalo X. Ruiz al oboe barroco y otros instrumentos originales de los Voices of Music de San Francisco.