Mozart comprendió bien que la música no necesita ser filosofía, sino única y simplemente “ser música”. Nuestros maestros franceses no lo han entendido así, pero yo he procurado componer de este modo. Mi arte no tiene nada que ver con el de los compositores de “programa” que desean ser revolucionarios a cualquier precio.
Maurice Ravel.
En el periodo comprendido entre el último tercio del siglo XIX y las dos primeras décadas del siglo XX surgió en Francia una tendencia artística que reaccionó contra el Romanticismo proponiendo un nuevo lenguaje, una mirada diferente de la realidad, el impresionismo. Este movimiento, que toma el nombre del título del artículo periodístico que en tono jocoso escribiera Louis Leroy en mayo de 1874 como crítica al cuadro Impression, soleil levant de Monet, se caracterizaba por un trazo poco definido, de pinceladas cortas y sueltas que quitaba el protagonismo a la forma para dárselo a la luz, al color y a la textura. Bajo la influencia de pintores impresionistas como Monet y de poetas simbolistas como Mallarmé, el impresionismo musical nació poco tiempo después reaccionando contra el interés formal del clasicismo y la vehemencia emocional del romanticismo.
Con el tiempo, el artículo de Louis Leroy dio nombre a uno de los movimientos más apreciados de la pintura no figurativa y que por contraste generaría en las artes plásticas otros estilos posteriores, los ismos, como el expresionismo, el cubismo, el dadaísmo, el futurismo, el fauvismo o el racionalismo. Sin embargo, en el terreno musical la emotividad romántica siguió dominando durante mucho tiempo la concepción de lo que la música debía ser. El público culto de finales del siglo XIX y principios del XX no estaba del todo dispuesto a admitir en música los mismos conceptos arriesgados que más o menos aceptaban en pintura o poesía, y conscientes de ello, no todos los músicos estuvieron dispuestos a recorrer ese camino. Ravel es el músico ecléctico que representa esa corriente a medio camino entre la experimentación vanguardista y la ortodoxia academicista, tan capaz de tomar préstamos del jazz y del folklore como de tomar como fuente de inspiración algo tan clásico como la suite, el preludio, la fuga, la sonatina, la sonata, el vals, el bolero y la pavana, como esta para una infanta difunta que hoy traemos. Consciente de que el conocimiento de la tradición es esencial para cualquier aprendizaje, nunca rompió con el academicismo oficial, -intentó, sin éxito, ganar el concurso Prix de Rome-, pero no dudaba en mostrar sus preferencias por los grandes poetas simbolistas decimonónicos mientras seguía los cánones de claridad, pureza y perfección de Mozart como modelo de lo que debía ser su música. Por esa actitud ante la vanguardia más rígida era frecuentemente acusado de dandy, frio y decadente. Precisamente eso es lo que lo hace interesante.
La Pavana para una infanta difunta fue escrita en 1899 para piano solo. Una década más tarde el propio Ravel realizó una transposición para pequeña orquesta. Puede parecer sencilla por su claridad, pero dicen que exige al pianista una técnica exquisita y no caer en sentimentalismos románticos. De hecho, el título no responde a un suceso real, simplemente lo eligió por la sonoridad de las palabras en francés.