Cuando se publicaron la serie de nocturnos no fueron bien recibidos, pues los académicos pensaron que Chopin utilizaba una nueva forma de escapar del corsé de la música clásica. Sin embargo, con los años, nadie duda de la grandiosidad de los nocturnos y nunca estas piezas del repertorio musical de Chopin fueron tan populares como lo son ahora. Simplemente, sin Chopin la música de fines del siglo XIX y comienzos del XX resultaría inconcebible.
El verdadero creador del nocturno romántico fue John Field que inventó un género de pequeñas piezas, especies de ensoñaciones, de meditaciones, en las cuales el pensamiento de un sentimiento tierno, a veces un poco amanerado, acompañado muy a menudo por un bajo ondulado en arpegios, o en acordes quebrados, mecedura armoniosa que sostiene la frase melódica y la anima con lo imprevisto de sus modulaciones, aunque dialoga con ella muy rara vez. Frederic Chopin, que era un amplio conocedor de los nocturnos de Field, vino a establecer en los veintiún nocturnos que compuso entre 1829 y 1846 un modelo más universal y elaborado, creando una atmósfera vaporosa, melancólica, a veces casi patética, convirtiendo en mensaje personal lo que solo era una ensoñación de salón hasta entonces.
A pesar de todo, conserva del nocturno de Field la melodía cantada de la mano derecha. Esta es una de las características más peculiares de los nocturnos de Chopin, el uso de la melodía como si fuera una voz humana. Por eso, es difícil expresar con palabras lo que Chopin expresó de manera inmejorable con notas. Tristeza, alegría, vida, dolor, nostalgia; todo, absolutamente todo, está en los nocturnos. Pero como Mozart, Chopin era pura música. No puede caerse en el error de pensar en la obra de Chopin, bajo la óptica de la queja amarga de alguien melancólico que echa de menos a su patria.