Todo el mundo se siente atraído por el lado oscuro, por lo extraño, por el riesgo, aun sabiendo que aquello no está bien, que no es recomendable o que simplemente no es placentero. Point Point propone algo muy distinto a lo usual, ya que lo suyo es una música que carece de los habituales ganchos y encantos que convierten a una canción en algo bonito, en un placer, en un disfrute agradable.
Los parisinos Point Point son otra cosa. Lo suyo es esa mirada inevitable hacia lo prohibido, lo escabroso, la otra cara de la luz. Escucharles es como asomarse al vacío, justo cuando llega ese momento en el que el vértigo se apodera de la voluntad y seduce con fuerza hacia la caída. Es ese giro de cabeza inevitable hacia donde no convine ni siquiera mirar. La canción “Life In Grey” no tiene nada de canción. Son ritmos (¿lo son?) semejantes al continuo funcionamiento de varios mecanismos marchando al unísono. Sobre ellos hay una voz mecanizada, robotizada y distorsionada hasta hacerla ininteligible. Sin embargo hay algo en ella que la convierte en un canto de sirenas, magnético e irreprimible que incluso termina teniendo sentido, como si del murmullo de una plegaria en labios de otros se tratara.
Point Point es un misterio. Son cuatro (¿o son sólo tres?) productores residentes en Francia –algunos dicen que París- que debutan con “Life In Grey”. Es el comienzo de su aventura como grupo musical en el que recogen toda su experiencia pasada, todo lo que conocen y hacen actualmente y todo lo que va a ofrecer en el futuro. Su oferta no es sencilla ni probablemente esté hecha para ganarse al gran público, pero desde luego que es impactante. No dejan indiferente a nadie.
El cineasta canadiense Jonathan Desbiens, artísticamente conocido como Jodeb, es quien ha dirigido el videoclip de “Life In Grey” y lo ha convertido en una obra cinematográfica corta de duración pero de extremado valor artístico. Un film basado sobre tres pilares: el baile, el amor entre alumna y maestra y el terror. Lo que empieza siendo un simple ensayo de un grupo de bailarinas, pasa a ser una fiesta que nos revela el verdadero carácter de la profesora, que se descubre como un ser con un fuerte componente sexual y psicópata. El final es espectacular, por la coreografía, por la fotografía, por la historia. La música, la electrónica desencajada de Point Point, se convierte en un componente extra más de este relato en el que la frontera entre la realidad y la pesadilla se desdibujan, se confunden. Nos confunde. Una metáfora cruda y salvaje sobre el incontrolable afán por la perfección y la creación.
A veces, sólo a veces, está bien dejarse arrastrar al precipicio. Y caer. Caer.
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