Classical

La vida por el zar, Coro final. Mijaíl Glinka

Con esta ópera el compositor fundó la ópera nacional rusa.

Hacia 1830, mientras en Europa occidental la Revolución Industrial favorecía los principios liberales y modernizadores proclamados por la Revolución Francesa, Rusia continuaba sometida al rigor de un sistema de servidumbre feudal implantado en el siglo XV. Durante las campañas contra Napoleón iniciadas en 1812, los oficiales del ejército del zar Alejandro I, el hombre que había conducido a sus ejércitos desde Moscú a París, se habían familiarizado con muchas ideas reformistas europeas, y por tanto, liberales y peligrosas a ojos de la vieja nobleza. Algunos oficiales soñaban con una monarquía constitucional, otros con una república, y muchos con la emancipación de los siervos, pero al morir Alejandro I en 1825, el nuevo zar Nicolás I respondió con el reinado más autócrata y despótico de la historia moderna rusa. Un periodo abominable de gobierno que se prolongó durante 30 años de inmovilismo y reacción, y que tuvo sus momentos más representativos en la represión de la Rebelión Decembrista de 1825 –eliminando a los militares más favorables a las innovaciones en el estado-, la represión de la autonomía de Polonia -un reino constitucional anexionado al imperio ruso-, y el desastre militar de Crimea -una grave derrota con la que Rusia, incapaz de defender su propio territorio, pierde su papel de gendarme de Europa.

La implantación oficial en 1833 del programa autocracia, ortodoxia, y nacionalismo como guía ideológica del régimen, y la desconfianza hacia el liberalismo, propiciaron que la aristocracia, históricamente reacia a la cultura rusa en una corte que hablaba francés, promoviera un nuevo nacionalismo cultural, movimiento que aprovecharían numerosos compositores para mostrar, al igual que el resto de sus compatriotas, una lealtad ilimitada a la autoridad incuestionable del zar y a las tradiciones de la Iglesia Ortodoxa Rusa.

La curiosidad insaciable de Mijail Ivanovich Glinka, que había comenzado sus estudios musicales en San Petersburgo, hizo que en 1830 emprendiese un largo viaje por Europa para conocer las grandes corrientes internacionales, recorriendo Italia –la cuna de la ópera, donde recibe la influencia de Bellini y Donizetti-, España, Francia y Alemania. Aunque el ambiente que le había rodeado giraba en torno a la música italiana, las ceremonias litúrgicas de la Iglesia rusa y los cantos populares de su patria le hacían buscar obsesivamente un lenguaje operístico que se adaptase a las cualidades del espíritu ruso. De vuelta en 1834, Glinka contactó con un grupo literario en el que se encontraban Pushkin y Gogol, de donde sale la idea de Una vida por el Zar, la opera que estrenó el 27 de noviembre de 1836 con éxito apoteósico.

Una vida por el zar narra el hecho histórico de la autoinmolación en 1613 del intrépido campesino Iván Susanin para impedir que el ejército polaco matase a Miguel I, primer zar de la dinastía Romanov recién elegido con dieciséis años por la Asamblea de los Boyardos. Un hecho que había quedado grabado en la memoria popular durante siglos y que había vuelto a despertar en la conciencia del pueblo ruso con la Guerra Patriótica de 1812. En la ópera, los polacos aparecen representados como los enemigos del pueblo ruso, lo que excitaba el fanatismo de los asistentes en contra del independentismo polaco sometido brutalmente tan sólo unos años antes, un público que durante toda la representación manifestaba sus más bajos instintos puestos en pie cada vez que salían los diabólicos polacos a escena. Un tumulto enardecido acompañaba al coro final, el que hoy traemos a estas páginas, todos juntos para celebrar la coronación del primer Romanov, cantando ¡Gloria a nuestro zar ruso, nuestro zar soberano enviado de Dios!, como así manifestó Tchaikovsky después de asistir a una representación en el Bolshoi muchos años después del estreno.

Con la exaltación del poder del zar, Glinka enviaba un potente mensaje antiliberal. Sin embargo, la ópera fue muy criticada en los círculos aristocráticos, pues el protagonismo que el compositor daba al pueblo llano de la mano de Iván Susanin - como se llamaba Una vida por el Zar antes de que Nicolás I asistiese al ensayo general-, lo situaba como salvador y garante de la continuidad dinástica, lo que planteaba la dependencia del zar a sus súbditos. Mensaje subliminal muy apreciado incluso después de la Revolución de 1917 en la que los bolcheviques despreciaron muchos de los valores y hechos de la anterior historia nacional.

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