Viena era el título que Ravel tenía previsto para un ballet que, como homenaje a Johann Strauss, tendría forma de vals vienés. La idea se le ocurrió en 1906, pero lo olvidó hasta 1918, inmediatamente después del final de la Primera Guerra Mundial, momento inoportuno para mantener el nombre original, por lo que decidió cambiarlo por el de La Valse. Según la correspondencia mantenida con un amigo, Ravel estaba loco de contento con este homenaje, y no paró de trabajar en él mientras permanecía enclaustrado en un pequeño pueblo del sur de Francia.
Maurice Ravel (1875-1937) terminó la orquestación de La Valse en marzo de 1920, momento en el que se la presentó al coreógrafo Massine, a los compositores Poulenc y Stravinski y al famoso empresario teatral Diaghilev, interesado en estrenarla en uno de sus muchos festivales que producía. Después de escucharla, Diaghilev afirmó que la composición era una obra maestra, pero no un ballet. Ofendido, Ravel rompió definitivamente con Diaghilev.
Después del estreno en Francia en 1921, la obra se popularizó inmediatamente en las salas de audición, pero Ravel no consiguió que fuera producida como ballet hasta siete años después. Quizás porque la heterodoxia, sensualidad y, a veces, la violencia que desprende este vals está muy alejada de aquellos vals que los jóvenes de la alta sociedad bailaban en los salones vieneses de mediados de siglo. Desde entonces, el mundo había cambiado mucho y no me cabe duda de cual hubiera sido la reacción de los Strauss si hubiesen conseguido levantar la cabeza.