Classical

El Spleen de Gabriel Fauré

Fauré compuso bellísimas canciones durante toda su longeva vida.

Después de las altas glorias musicales ofrecidas a Francia por Lully, Couperin y Rameau, con el advenimiento de Napoleón la música del país entró en una larga y desoladora crisis de bon goût. Mientras en Alemania dominaba Beethoven, en Francia se desconocía la música de cámara, se subestimaba la sinfónica, y sólo regía una ópera llevada al extremo de sus peores días. Apenas la figura Berlioz se salvaba de la apatía en la que la música estaba sumida. Y más tarde, dos maestros como Camille Saint-Saens y Cesar Franck no pudieron reclamar la paternidad que la música francesa reclamaba, por ser el primero demasiado universal y el segundo demasiado exótico. El genio Bizet si pudo ocupar aquel lugar preeminente. Pero su naturaleza le impidió vivir unos cuantos años más para cambiarle el rumbo a la música de su país. Los franceses tuvieron que esperar a Debussy y a Fauré para revitalizar el auténtico espíritu de la música francesa.

Fauré fue un músico ausente de virtuosismo, pompa y grandilocuencia, para entendernos, sin nervio. Es posible que algo tenga que ver su carácter tímido, melancólico y solitario. En un período de profundas transformaciones en el arte europeo, en el que florecían los ismos, Fauré vivía lentamente, ajeno a toda escuela y a toda cosa que no fuera su evolución personal. Su vida, que se apagó casi a los ochenta años, no estuvo salpicada de aventuras y de desventuras. No le perjudicó el hecho de dirigir muchos años el Conservatorio de París, institución académica con fama de aniquilar los espíritus independientes. No predicó credos ni buscó incondicionales. Faure fue un músico honesto que desarrolló un arte sobrio, sensible y refinado. Una forma de producir belleza a la clásica y que, por tanto, tiene su tratamiento más adecuado en las formas más íntimas de expresión musical, como las canciones y la música de cámara que cultivo durante toda su vida. Puede que Fauré no fuese el músico que define toda una época, pero fue íntegramente músico e íntegramente francés, de ahí que muchas veces no lo entiendan plenamente quienes no son ni lo uno ni lo otro.

Los griegos pensaban que el bazo segregaba una bilis negra por todo el cuerpo que producía un estado de angustia vital en las personas llamado melancolía. Aunque hoy en día se sabe que no es así, la idea permaneció en el lenguaje. Por ejemplo, la palabra francesa Spleen es polisémica y significa bazo y melancolía. Fue muy popularizada por el poeta Charles Baudelaire, pero ya había sido utilizada antes en la literatura del Romanticismo y seguiría siéndolo posteriormente.

En 1891 Fauré hizo un viaje a Venecia, ciudad que atraía su espíritu melancólico. Por entonces, compuso una serie de canciones consideradas como auténticas obras maestras, entre ellas, Cuatro canciones opus 51, de las que hoy os ponemos la tercera de ellas titulada precisamente  Spleen. Para componerla utilizó un poema de Paul Verlaine escrito en 1874, Il pleure dans mon coeur, extraido de Romances sans paroles. Disfruten de las ondulantes líneas melódicas y las armonías impresionistas de Fauré, y también de un texto de Verlaine que os trascribo:

Il pleure dans mon cœur
Comme il pleut sur la ville ;
Quelle est cette langueur
Qui pénètre mon cœur ?
 
Ô bruit doux de la pluie
Par terre et sur les toits !
Pour un cœur qui s'ennuie,
Ô le chant de la pluie !
 
Il pleure sans raison
Dans ce cœur qui s'écœure.
Quoi ! nulle trahison ?...
Ce deuil est sans raison.
 
C'est bien la pire peine
De ne savoir pourquoi
Sans amour et sans haine
Mon cœur a tant de peine !
 

Llora en mi corazón
Como llueve en la ciudad.
¿Qué languidez es esta
Que penetra en mi corazón?
 
¡Oh, ruido dulce de la lluvia
En la tierra y en los tejados!
Para un corazón hastiado,
¡Oh, el canto de la lluvia!
 
Llora sin razón
En este corazón que se aburre.
¡Qué! ¿Ninguna traición?
Este duelo no tiene razón.
 
¡Es la peor pena
No saber por qué,
Sin amor y sin odio,
Mi corazón siente tanta pena!

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