Classical

El día que Stravinski buscó dos consagraciones: la de la primavera y la suya

La obra que inauguró gran parte de las innovaciones musicales de los últimos 100 años tuvo un estreno desastroso.

La noche del 29 de mayo de 1913, el Théâtre des Champs-Elysés de París se preparaba para el estreno del poderoso poema sinfónico Le Sacre du Printemps. Todos los asistentes se encontraban nerviosos. El productor del ballet, el famoso empresario Serge Diaghilev, porque había puesto el dinero. El joven coreógrafo Vatzlav Nijinsky, porque por primera vez dirigía un ballet. El compositor Igor Stravinski porque, aunque a sus 31 años ya tenía dos obras importantes -El pájaro de fuego y Petrushka-, aún le faltaba la gran consagración. Y el público parisino, siempre tan snob, porque en uno de los palcos, se encontraba el que daba y quitaba todas las consagraciones oficiales del París musical rodeado de alumnos y pelotas. Era el cada vez más longevo e irritado Camille Saint-Saëns, compositor que inició su carrera de compositor como un innovador. Pero por aquellas fechas, con casi ochenta años, y habiendo sido testigo de casi un siglo de evolución musical, era un reaccionario que luchaba contra cualquier renovación.

Cuando el solitario fagot entonó su enigmático fraseo y al poco otros instrumentos se unieron para repetir el tema principal, pero más feo, el anciano Saint-Saëns saltó de su silla, y vociferó iracundo, Esto es atroz. Así no se compone para un fagot, así no puede sonar un fagot. Después de aquella evidente malhumorada sobrevino el estupor y el desconcierto, los primeros silbidos y los abucheos. Y poco más adelante, gritos, tragantadas, patadas y discusiones. En una actitud posiblemente premeditada, Saint-Saëns no había hecho más que provocar la airada reacción de los defensores de lo viejo y lo nuevo, entre los que creen que la música es como ellos piensan que es y que no se puede renovar y los que celebran la aparición de una nueva música. Como las ya comentadas querellas entre los partidarios de Gluck y Piccinni. O la Querella de los Bufones entre los incondicionales de Rousseau y Rameau.  Saint-Saëns no pensaba aceptar ser lo viejo. Y también pensaba que el joven Stravinski no tenía porque subirse al pedestal de la vanguardia por el simple hecho de ser joven. Además la vanguardia era otra cosa.

¿Qué tenía aquella obra para provocar aquella desmesura? Los continuos cambios de ritmos, la armonía politonal, la ausencia de un desarrollo temático. Sin embargo, La Consagración de la Primavera abrió el camino hacia una transformación radical de la música por su innovadora y deslumbrante estructura musical, armada para parecer que tiene una total continuidad, una unidad perfecta comunicada con una orquestación avasalladora y contundente. Por eso, unos días después de aquella representación, fue mucho mejor acogida. Y cuando la obra comenzó a viajar por otras ciudades europeas fue aclamada. Con los años se convirtió en la obra más emblemática del siglo XX, la que inauguró gran parte de las innovaciones y libertades musicales de la música de los últimos 100 años.

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