En septiembre de 1703 -el mismo año de su ordenación sacerdotal- Antonio Vivaldi fue contratado como maestro de violín del Pio Ospedale della Pietà de su Venecia natal, una de las cuatro instituciones de la ciudad dedicadas en aquel tiempo a acoger y educar a niñas huérfanas, poniendo especial atención en la preparación de aquellas que mostraban aptitudes para la música. Les enseñaba violín, pero también se encargaba del entrenamiento instrumental y vocal de las jóvenes, de la selección, compra y mantenimiento de los instrumentos y de la composición de numerosas piezas para ser ejecutadas por sus alumnas. Desde su ordenación, Vivaldi sólo tardó un año en renunciar a celebrar misa a consecuencia de una stretezza di petto, enfermedad bronquial que en absoluto le impidió tocar el violín con desenfreno, dirigir conciertos, realizar numerosos viajes, tener un extraordinario olfato para los negocios o mantener una estrecha relación con la primadonna Anna Giró.
Los conciertos más interesantes para violín de Antonio Vivaldi son aquellos que el compositor reunió en las cuatro colecciones tituladas Il cimento dell’armonia e dell’invenzione –en la que se encuentra sus famosísimas Cuatro Estaciones-, La cetra, La stravaganza y L’estro armonico. Junto a las Sonatas para violín Op. 5 de Corelli, L’estro armonico es, posiblemente, la colección de música instrumental más influyente y de mayor impacto de toda la primera mitad del siglo XVIII. Muestra de ello son las numerosas reimpresiones que se publicaron desde que en 1711 el prestigioso editor Estienne Roger la publicara por primera vez en Ámsterdam. En estos conciertos descansa la posterior reputación de Vivaldi y su fama como el inventor del concierto solista.
Entre los doce conciertos que forman L’estro armonico se encuentra el Concierto nº 6 para violín y cuerdas, RV 356, cuyo tercer movimiento –Presto-os proponemos que escuchéis en versión arreglada para trompeta por Alison Balsom. ¿Porqué no?