Cuando la Primera Guerra Mundial terminó en noviembre de 1918, el Kaiser de Guillermo II abdicó del trono alemán y expulsado al exilio. Después de casi un año de inestabilidad, en julio del año siguiente los alemanes votaron la constitución con la que quedaría inaugurada la República de Weimar. La confianza de los artistas alemanes en un brillante futuro quedaba ensombrecida por la fuerte desconfianza que provocaba un pasado reciente en el que el post-romanticismo y el expresionismo había servido de símbolos del antiguo imperio de Guillermo. Muchos años antes, concretamente el 20 de enero de 1725, Haendel terminó la nueva ópera que estaba preparando para el King’s Theatre de Haymarket, Rodelinda, regina de’Longobardi.
Rodelinda era la séptima ópera que preparaba para la Royal Academy of Music londinense, la compañía que un grupo de aristócratas adinerados fundaron en 1719 para asegurarse el suministro de óperas serias, aquellas que reúnen y terminan por resolver los conflictos entre amor, deber y honor.
El argumento de Rodelinda está basado en la Historia gentis Langobardorum, texto histórico escrito por el monje benedictino e historiador de los lombardos Pablo el Diácono. El libreto, que narra hechos acaecidos en la Lombardía del siglo VII, es de Nicola Haym –libretista de Giulio Cesare y Tamerlano, las dos óperas anteriores escritas por Handel, tomado a su vez de un libreto anterior de Antonio Salvi que toma como fuente original la tragedia Petharite, roi des Lombards del dramaturgo francés Pierre Corneille. La historia narra una historia de fidelidad conyugal, la de la esposa Rodelinda al marido Bertarido al que cree muerto.
Handel dominaba la escena londinense con su fábrica de óperas de producción en cadena para la que no bastaba su talento. También contaba con los mejores sastres y artesanos, decoradores y tramoyistas, y un cuerpo de cantantes muy bien seleccionados, los mejores. Entre ellos se encontraba Francesca Cuzzoni –que había llegado procedente de Italia y debutado en la Royal en 1722 con Ottone, y que protagonizaría, broncas aparte con la Bordoni, todas las óperas de Handel hasta mediados de 1728. Pero sobre todos los actores sobresalía Francesco Bernardi, el famoso Senesino, uno de los pocos castrati que hacía sombra al mismísimo Farinelli. Como venía siendo costumbre en todos los estrenos operísticos de Handel en Londres, también Rodelinda fue un gran éxito. Se mantuvo en cartel durante catorce representaciones, se repuso al año siguiente y fue objeto de reestreno en 1731.
Aquella desconfianza de la que hablaba al principio, llevó a los alemanes a la búsqueda de un pasado en el que encontrar héroes espiritualmente intactos, figuras nacionales no contaminadas por el romanticismo burgués ni por los estragos y la vergüenza ocasionados por una guerra perdida. El 26 de junio de 1920, Oskar Hagen, profesor de Historia del Arte en la Universidad de Göttingen, dirigió el festival en el que volvió a sonar por primera vez en el siglo XX la música de una ópera de Handel, Rodelinda. Lo hacía después de 200 años en los que el compositor había desaparecido por completo de la conciencia musical de los alemanes.