Durante la primera mitad del siglo XVIII, la ópera era un espectáculo ostentoso, dominado por el virtuosismo de los cantantes, los efectos sorprendente, y un lujo extravagante que seguía los modelos impuestos por Scarlatti y Lully y no hacía más que reflejar la pompa de las cortes absolutistas europeas. Para reconducir el género lírico surgió un movimiento reformista encabezado por el compositor alemán Christoph Willibald Ritter von Gluck y el libretista Rainiero Calzabigi. Gluck pertenecía a la generación que desarrollaría los ideales burgueses de Ilustración y la Revolución francesa, la que gustaba de la sensibilidad de las pinturas de Chardin, Greuze y David, la misma que habían leído Las desventuras del joven Werther de Goethe y La joven Eloísa de Rousseau. Sensibilidad y valores éticos y estéticos que, al igual que Eurípides veintitrés siglos atrás, ensalzaban el valor de la mujer que pasa de ser un objeto decorativo a una heroína libertadora, la mujer que se enfrenta a la voluntad de los dioses, la mujer indefensa que iba a ser inmolada por los hombres y ahora es la encargada de inmolarlos.
En qué consiste la reforma de la ópera lo describe el propio Gluck en el prefacio y dedicatoria al Duque de Toscana de la partitura de su segunda ópera de reforma, Alceste: Cuando me puse a escribir… resolví en diferir enteramente de todo abuso, introducido tanto por la errónea vanidad de los cantantes como por la exagerada complacencia de los compositores, que han desfigurado sobremanera la ópera italiana y han hecho de los más espléndidos y bellos espectáculos los más ridículos y tediosos entretenimientos. Sin embargo, la Reforma de Gluck no gustó a todo el mundo y se desataron enardecidos debates entre piccinnistas - los defensores de los dramas tradicionalistas y aristocráticos del napolitano Nicolò Piccinni- y gluckistas –un sector coherente con las ideas racionalistas que vio en la obra del músico alemán un reflejo de las ideas ilustradas-.
La llamada Querella entre gluckistas y piccinnistas se resolvió en la ópera. Tanto Gluck como Piccinni compuso una partitura basada en la tragedia de Eurípides Iphigénie en Tauride, aunque con libretos diferentes, ambos en francés. La Iphigénie en Tauride de Gluck había sido estrenada en Viena en 1767, pero tras una revisión en profundidad, volvió a ser estrenada en París en 1776, alcanzando un enorme éxito. La de Piccinni, sin embargo, cosechó un rotundo fracaso. No es de extrañar que las óperas reformistas de Gluck triunfaran en Francia, un país donde a través de Lully o Rameau se pueden encontrar precedentes de cambios operísticos radicales, una isla dentro del océano de influencia operística italiana, y el lugar donde se formó el ideal burgués que llevaría a la Revolución Francesa.
Sin embargo, a la perfecta combinación de poesía, música y danza que supuso Iphigénie en Tauride -la culminación de la gran carrera del compositor alemán-, le siguió ese mismo año otra ópera que contenía los mismos ingredientes, Écho et Narcisse. Su fracaso hizo que Gluck abandonara definitivamente Paris para retirarse a Viena. La querella entre ambos compositores, que siempre había parecido decantarse del lado del alemán, se extinguió sin conocer a su verdadero vencedor.