Dispuestos a buscar, si en la música de Robert Schumann encontramos melancolía y tristeza en la de Frederic Chopin, en la música de Felix Mendelssohn encontraremos básicamente felicidad. Claro, comparada con la de sus colegas de generación, su vida fue más fácil: nació con la suerte de tener la fortuna y la buena disposición de una acaudalada familia para desarrollar sin agobios sus grandes capacidades como compositor, como intérprete de piano y como director. Entre los muchos profesores que su padre puso a su servicio estaba Carl Friedrich Zelter, el maestro que contagiaría a Felix el amor por Bach, al que el joven acabaría rescatando del desván de la historia en la Navidad de 1823. Ese día su madre le regaló el manuscrito del oratorio de La Pasión según San Mateo. No existían ediciones de esta obra, para entonces olvidada. Pero esta es otra historia.
Desde que en 1825 viajase a Paris y el influyente Cherubini confirmara su talento para la composición, las otras facetas de Mendelssohn, que también destacaba como pintor y poeta, pasaron a un segundo plano. Antes, ya había tenido la oportunidad de viajar por Europa. En 1821 Zelter le había presentado a un ya anciano Goethe, con el que estableció una relación intelectual y afectiva muy intensa. Había sido Goethe el que años antes había puesto de moda el viaje a Italia entre los artistas románticos. Y Mendelssohn, sin problemas económicos que se lo impidieran, no quiso ser una excepción.
Cuando adquirió la mayoría de edad, sus padres le animaron de nuevo a realizar un tour por Europa, a Inglaterra y Escocia primero, y luego a Italia por consejo de Goethe. Fruto de estos viajes nacería su Sinfonía nº 4 o Sinfonía Italiana, nombre que nunca figuró en la partitura, siendo sólo la forma cariñosa de referirse a ella en el ámbito familiar. Después de visitar Florencia, Milán, Roma y Nápoles, realizó una obra llena de vitalidad, energía y optimismo, posiblemente su obra más hermosa. Pero Mendelssohn nunca estuvo completamente satisfecho con todas sus composiciones y decidió que debía revisarla. Insatisfecho una y otra vez, no la publicaría jamás.
La cuarta sinfonía de Mendelssohn se publicó por primera vez en la forma que hoy conocemos en 1877, cuarenta años después de que el compositor la revisara por última vez. Nunca sabremos cuál habría sido la forma definitiva, pero tal y como está, es sin duda, una de las sinfonías más hermosas jamás compuestas.