El 10 de abril de 1868, Viernes Santo, Johannes Brahms estrenó en la catedral de Bremen una versión de su Ein deutsches Requiem -Un réquiem alemán-, una obra sinfónico coral que tuvo ocupado al maestro durante más de una década. Unos cuantos meses antes, en una carta al Maestro de Capilla de esa catedral, el compositor reconocía que le hubiera gustado eliminar la palabra alemán del título de su obra para poner en su lugar simplemente humano.
Tal y como está concebida en latín, la Misa de Difuntos comienza con una frase: Requiem aeternam dona eis Domine -Dales, Señor, descanso eterno-. Por extensión, a todas las obras pensadas para ser integradas en la liturgia durante la misa de difuntos las conocemos como réquiems. La estructura habitual de un Réquiem se diferencia de una misa normal en que se eliminan algunos elementos para ser sustituidos por otros más apropiados para la ocasión. Pero esto no sucede en el Réquiem de Brahms, composición que ni comienza con la frase Requiem aeternam… ni sigue la secuencia habitual de los Réquiems.
Que se llame alemán obedece a que el texto está tomado de la traducción que hizo Lutero de la Biblia al alemán, en vez del texto canónico de la misa de difuntos de la liturgia católico romana en el que se reza por el eterno descanso de las almas difuntos. Por el contrario, Brahms –declarado agnóstico- seleccionó entre las páginas de la Biblia luterana los pasajes con los que compuso un canto de dolor, pero sobre todo de consuelo misericordia y esperanza para todos los que sufren.
Esa selección de textos no pasó desapercibida, para mal, en el sur de Alemania, de tradición católica. Por su parte, el título de Alemán no gustó en Austria. Quizás por eso, Brahms reconoce que le hubiera gustado cambiarle el título de su obra. A pesar de que se tituló definitivamente como Un Réquiem alemán sobre textos de las Sagradas Escrituras, no es una misa de difuntos.