El término barcarola hace referencia al canto de los gondoleros del siglo XVII y XVIII en su apacible trascurso por los canales de Venecia. En este proceso de configuración, las barcarolas se mueven desde sus raíces populares hasta formas de expresión cultas y asume su verdadera condición de artificio representativo cuando las barcarolas se incluyeron en óperas como Las fiestas venecianas de Campra, Zampa de Hérold, La Giaconda de Ponchielli, Marino Faliero de Donizetti, Otello de Rossini, Oberón de Webern, Fra Diavolo de Auber, El rey Teodoro en Venecia de Paisiello o Los Cuentos de Hoffmann de Offenbach, la más famosa de todas ellas.
Paralelamente a estas barcarolas que mantenían el estilo vocal originario surgió otro tipo de Barcarolas compuestas para instrumentos solistas. Es aquí donde, por su carácter sensual y ligeramente exótico, la barcarola despertó la imaginación de los compositores. En 1823, Schubert compuso el famoso Auf dem Wasser zu singen, uno de sus más famosos lieder. Aunque no usó el nombre barcarola para designarlo su carácter, tempo y título, Para ser cantado en el agua, dejaban claro a que estilo pertenecía. También Mendelssohn empleó la forma de la Barcarola en tres de sus Romanzas sin palabras, llamadas Canción de gondolero veneciano. Sin embargo, la Barcarola más importante es la Barcarola compuesta por Chopin en 1845, que no abandona en ningún momento la melodía sinuosa y ese ambiente nostálgico tan frecuente en las Barcarolas románticas.
A Chopin y Mendelssohn le siguieron otros compositores como Balakirev, Glazunov, Rubinstein, Bennet, Novak o MacDowell que dieron piezas de enorme genialidad y belleza. Pero las barcarolas instrumentales que cosecharon más éxito fueron las 13 Barcarolas compuestas por Gabriel Fauré en 1885 y 1916. La primera de ellas, de una sobriedad y belleza difíciles de igualar, nos enseña al gran maestro del piano que es Fauré, aunque algunos lo acusasen de frialdad a la hora de interpretar al piano sus propias composiciones.